lunes, 18 de abril de 2022

Orquesta Joven de Andalucía: éxito en el reto bruckneriano

Sinfonía nº. 7 de Anton Bruckner para el encuentro 2022 de la Orquesta Joven de Andalucía. Salto mortal sin red: en otros repertorios más “vistosos” una orquesta de chavales puede disimular mejor sus limitaciones, pero aquí no se puede estar a media altura. O se hace bien, o se fracasa rotundamente. Lo mismo vale para el director de turno, en esta ocasión el madrileño Carlos Domínguez-Nieto. Ayer en el Teatro Villamarta, es de suponer que hoy lunes en el Maestranza ocurrirá lo mismo, ambas partes se enfrentaron a las terribles exigencias de esta enorme obra maestra absoluta y, evidenciando dilatadas jornadas de ensayo, alcanzaron el éxito.

 ¿Hubo desajustes y resbalones varios? Pues sí, como es lógico y natural en un concierto de estas características. Pero estoy de acuerdo con Daniel Barenboim en que las notas falsas se pueden perdonar, no así la falta de concentración ni el desinterés por dar lo mejor de uno mismo. Los integrantes de la OJA sí quisieron darlo, y lo dieron. Me siento orgullosísimo de que mi comunidad autónoma haya jóvenes tan serios, tan comprometidos y tan autoexigentes a la hora de hacer música, y de que logren materializar sus deseos con semejante nivel.

Obviamente los resultados no son solo cosa de los chavales y de todos los maestros que han contribuido a su formación. Muchísimo habrá tenido que ver Carlos Domínguez-Nieto, un señor al que quien esto firma hasta ahora no había escuchado. La impresión no ha podido ser más positiva, sobre todo en lo que a técnica de batuta se refiere. Hacer sonar con limpieza, equilibrio polifónico y sonoridad bruckneriana esta obra no es fácil. Menos aún levantar su imponente arquitectura de tensiones y distensiones, sin que la cosa se desinfle al menor descuido y evitando la tentación del “trompeterío” para fingir potencia en los clímax. El maestro madrileño planifica fabulosamente tanto en lo horizontal como en lo vertical –al menos, lo hace en Bruckner– y es capaz de hacer que unos jóvenes que se reúnen pocas veces al año le sigan con suficiente rigor.

Dicho esto, vámonos al asunto de “la versión”, a cómo fue esta Séptima desde el punto de vista interpretativo. Lo menos bueno fue el primer movimiento. La orquesta andaba todavía algo dubitativa –primeros violines no siempre empastados, algo estridentes– y el planteamiento expresivo de la batuta fue, para quien esto escribe, más lírico de la cuenta en algunos pasajes: creo que esta obra necesita menor autocomplacencia. Aun así, correcta y atendible recreación.

Soberbio el Adagio. La orquesta sonó mucho más aquilatada. Domínguez-Nieto construyó con minuciosidad los diferentes crescendi, mantuvo el pulso sin problemas y desgranó con verdadero sentido del canto las sublimes melodías brucknerianas hasta alcanzar un clímax central –con platillazo– con toda lógica y apreciable intensidad. ¡Qué verdadera experiencia para los sentidos y para el espíritu escuchar en vivo, y tan bien hecha, una música así!

Robusto, dramático y quizá algo amazacotado el Scherzo, perjudicado por la acústica que se percibía desde mi asiento del patio de butacas: ojalá se hubieran puesto a la venta las entradas de los niveles superiores, pero ya se sabe que el Villamarta hoy no hay quien lo llene en conciertos clásicos a dia de hoy. Sin problemas el Trío, bien paladeado y sin frivolidades.

El tremendo Finale –complicadísimo para la batuta– estuvo expuesto con la claridad de líneas y arquitectura de tensiones que le corresponden. La orquesta siguió con buen nivel y los metales estuvieron a la altura en la coda. Comparar esto con lo que le hemos podido escuchar en directo a Barenboim con la Staatskapelle de Berlín en Granada no resulta procedente –eso es otra dimensión–, pero ya nos gustaría a los andaluces tener todos los meses un Bruckner así en nuestros teatros. Bravo por la orquesta y su director.                           

Se me olvidaba: antes del Bruckner se ofreció, como elegía a las víctimas de la guerra, el Adagio para cuerdas de Samuel Barber. Hermosa interpretación, sin duda, a la que la faltaron tensión y rabia en su clímax. Importó poco: lo revelante era el detalle.

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