domingo, 3 de abril de 2022

Jerez de la Frontera y el síndrome de Juan Palomo: más sobre el asunto Beigbeder

Me despierto con el siguiente titular en Diario de Jerez: “Gran concierto de la Orquesta Álvarez Beigbeder en el Teatro Villamarta”. Es justo aquel del que hablé en la entrada anterior: diciéndolo ya sin paños calientes, fue un mediocre concierto. Hago clic y descubro que el autor de la noticia la firma como M.S., es decir, Manuel Sotelino, nombre habitual en las noticias cofrades de este diario del Grupo Joly. Lo grave, lo gravísimo, es que este señor fue nada menos que quien presentó el acto en el Villamarta, realizando varias introducciones a la música que se iba a escuchar y lanzando elogios muy desmedidos hacia la obra del maestro jerezano, a quien se atrevió a calificar como “uno de los más grandes compositores españoles del sigo XX”. 


Parece que en Jerez de la Frontera no salimos del narcisismo más provinciano. Durante años, las críticas sobre los eventos del Villamarta han estado abiertamente manipuladas para favorecer a la dirección del teatro, hasta el punto de que, con total desvergüenza, muchas de ellas fueron escritas por personas directamente vinculadas a los espectáculos. Es el caso, ya lo he dicho muchas veces, del difunto José Luis de la Rosa, miembro del coro y pareja de la regidora, pero también del actor Nicolás Montoya. La esposa del anterior director del Diario cantaba en el coro, mientras que la referida publicación era y –que yo sepa– sigue siendo una de las principales patrocinadoras del Festival de Jerez. Francisco López fue creando una tupida red de intereses cruzados de la que todavía hoy se sigue aprovechando en calidad de regista cuando sus producciones líricas –algunas muy buenas, otras francamente malas– viajan por ahí. Y que nadie se atreviera a decir ni mu: señalar las cosas que debían ser mejoradas significaba ser “enemigo del Villamarta”, y por ende “Nemico della Patria”.

Lo que ocurre es que esto del mundo de la lírica se constata igualmente en otros ámbitos de la esfera cultural de este pueblo grande (212. 000 habitantes) que es Jerez de la Frontera. Lo sabemos muy bien los que nos dedicamos a la investigación histórica: o te unes a un núcleo de poder y aceptas sin rechistar lo que diga cada uno de los cabecillas de ese grupo –alguno de ellos muy, pero que muy siniestro–, o no tienes nada que hacer. Poner el dedo en la llaga de las insuficiencias, necesidades o líneas que pueden ser desacertadas es ser díscolo, traidor o, sencillamente, mosca cojonera que hay que aplastar cuanto antes.

Miren ustedes, jerezanos y jerezanas míos, por aquí necesitamos un buen baño de sentido crítico. Valorar positivamente lo que se hace bien, y al mismo tiempo señalar aquello que no funciona. En esta tierra se han hecho muchas, muchísimas cosas mal –me refiero ahora a todos los ámbitos, no solo a la cultura– que han sido aceptadas por culpa de una peligrosísima mezcla de chovinismo, miedo y deseo de medrar. Esto último, ya desde esos tiempos del alcalde Pedro Pacheco en el que –presuntamente– muchos votaban a su partido para garantizar que sus familiares colocados –también presuntamente– a dedo siguieran en el Ayuntamiento, hoy por hoy lastrado por una plantilla muy hipertrofiada que nos condena a perpetuar una deuda millonaria (mil millones, para ser exactos) por unas cuantas décadas. Junto a ellos, figurillas y figurones del mundo de las cofradías, de las empresas, de las instituciones más o menos culturales y de los círculos musicales.

¿Se quiere reivindicar a Germán Álvarez Beigbeder? Bien, hágase. Soy el primero en aplaudir la iniciativa. Sus marchas de Semana Santa, lo digo una vez más, contienen muchas bellezas. Pero también hay que investigar, hay que realizar ediciones críticas de carácter científico riguroso –o sea, sin interferencias de familiares y herederos–, hay que tocar la música con mimbres adecuados –buenas orquestas, buenos solistas, buenos directores– y hay que reflexionar de manera crítica y razonada sobre lo que se escucha, contextualizando adecuadamente y sin partir de apriorismos como el de que nos encontramos ante un compositor de primera fila injustamente olvidado. Son los musicólogos, los críticos, los propios músicos, el público y –sobre todo– el paso del tiempo los que tienen que ir poniendo las cosas en su sitio. Lo que no vale es tocar de manera muy pobre, manipular las obras originales –lamentable intento de convertir el Canto a Jerez en Vendimia en el himno oficial de la ciudad, quién sabe si para sacarle los cuartos al consistorio–, montar el acto como un rancio Pregón de Semana Santa y que luego los propios responsables del asunto sean los encargados de difundir por los medios locales aquello del “gran éxito” en plan "Juan Palomo, yo me lo guiso y yo me lo como". A todas luces, el síndrome jerezano por excelencia.

3 comentarios:

Juan Antonio Moreno Arana dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Sote dijo...

Leo su artículo y no puedo estar más en desacuerdo con lo escrito. Debería de informarse mejor y saber la razón por la que fui el presentador del concierto. Si está usted pensando que recibí algún tipo de remuneración se equivoca y todo responde a una petición hecha por parte de la dirección de la orquesta a la cual no pude eludir. Lógicamente tuve que firmar la crónica porque no se trataba de hacer una crítica del presentador sino del concierto en un emotivo homenaje a quien sin duda ha sido uno de los mejores compositores del siglo XX en España. Le pesé a usted o a quien le pese. Además le traslado que si usted piensa que los jerezanos somos chovinistas es que no conoce la ciudad ni sus entretelas. Claro ejemplo es el suyo que sin saber se atreve a escribir de lo que desconoce. Posiblemente por su condición de jerezano.

Fernando López Vargas-Machuca dijo...

¿Y usted tiene acaso pajolera idea de música culta, o se quedó en Hermanos Costaleros?

¡Gracias a los valencianos!

Me dicen mis editores que en la Feria del libro de Valencia el volumen de Barenboim se está vendiendo bastante bien. No sé cuánto es "b...