miércoles, 16 de marzo de 2022

Sublime Mahler de Dieskau y Bernstein

Vuelvo al disco Gustav Mahler que grabaron Dietrich-Fischer Dieskau y Leonard Bernstein en noviembre de 1968 para CBS en los estudios Columbia de Nueva York. Con notabilísimo sonido, por cierto, ahora recuperado nada menos que a 192 kHz en Qobuz aunque sea para revelarnos, todo hay que decirlo, detalles –ruidos mecánicos del piano–  que no deberían estar ahí.


Se trata de uno de los más grandes discos de lieder que un melómano puede escuchar, y desde luego una de las cimas del Mahler grabado. Una hora once minutos que incluyen una amplia selección de las Canciones y Tonadas de juventud, las Canciones de un camarada errante y los Rückert-Lieder; de estos últimos falta “Si amas la belleza”.

Sobre la esencia de este disco me siento incapaz de escribir nada. Solo puedo decir que nos encontramos ante interpretaciones lentísimas, muy concentradas, técnicamente irreprochables desde el punto de vista cánoro, plenas de estilo y sensibilidad. La mezcla de belleza, elegancia, reflexión e intensidad difícilmente es alcanzable por ningún otro cantante, como tampoco la riqueza de matices. ¿Hasta rozar el amaneramiento, quizá? Diría que acercándose al borde justo del mismo, pero sin caer en él en momento alguno, porque la sinceridad expresiva preside estas recreaciones. Lo que sí vamos a reconocer, porque todos sabemos que el arte de Fischer-Dieskau sobresale por su sofisticación, es que el maestro no se mueve tan a gusto en las Canciones y tonadas –pese a que no deja de apostar por la picardía e incluso por cierta vulgaridad cuando ello es necesario– que en los otros dos ciclos, particularmente en las canciones de Rückert, en las que está sublime y derrocha poesía infinita. Vocalmente, y al margen de esos sonidos aflautados que no son del gusto de todos, se encuentra en perfecto estado, cosa que no ocurrirá diez años más tarde cuando vuelva a esta música con el acompañamiento pianístico de Daniel Barenboim.

En cuanto a Leonard Bernstein, tal vez no sea el pianista más técnicamente dotado posible, pero lo que aquí ofrece es cualquier cosa menos un mero acompañamiento: quien se las sabe todas sobre el Mahler orquestal no puede sino implicarse al cien por cien y ofrecer intensidad, personalidad y –sobre todo– concentración. Hay muchos pasajes verdaderamente mágicos, diríase que insuperables, en lo que a su labor se refiere. ¡Qué lástima que los dos artistas no colaborasen junto tanto como hubieran podido!

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