viernes, 25 de junio de 2021

Genial, imprescindible Chopin de Javier Perianes

Acabo de escuchar un disco que me ha dejado muy tocado: sonatas para piano nº 2 y 3 de Chopin por Perianes. Hago spoiler del final: versiones descomunales cuyos respectivos movimientos lentos son de lo más sublime que yo jamás haya escuchado en interpretación chopiniana. Y ahora vamos por partes.

Primero, el sonido pianístico. Javier consigue el punto intermedio exacto entre la densidad no del todo estilística –pero que a mí me encanta– de un Gilels o un Barenboim y la levedad –que a veces me irrita– de una Pires. Ni ese sonido “de concierto” que podría valer igualmente para un Beethoven o un Brahms, ni ese rosario de notas aterciopeladas, tan seductoras para el oído, que algunos intérpretes creen que es delicadeza. Nuestro artista sabe ser rotundo sin merma del refinamiento y, al mismo tiempo, es capaz de apianar al mínimo y de ofrecer las más suaves caricias sin perder cuerpo. Es decir, ofrece un sonido Chopin al cien por cien. El de un Rubinstein y, sobre todo, el de un Arrau.

Segundo, los dedos. Algunos –o muchos, me temo– siguen confundiendo dedos con técnica o, lo que es peor, con “tocar bien”, cuando eso de dar las notas con perfección y nitidez absoluta es solo una destreza más entre las muchas que necesita un gran intérprete. Javier la posee en grado superlativo, pero por fortuna no hace gala de ella. Hay pianistas muy célebres, incluso los hay que además de famosos son muy grandes, que sucumben a la tentación de correr en los pasajes más brillantes para demostrar agilidad. Al de Nerva le importa eso un bledo y hace todo lo contrario: ir más despacio que la mayoría para que cada nota adquiera su color, su peso y su carácter preciso. Repárese en esa miríada de notas que conforman el tan breve como atrevido Presto conclusivo de la op. 63, o en el juego de corcheas del Scherzo de la op. 58. Me parece difícil que todo se escuche con más claridad y sentido expresivo. Al menos, que se escuche sin que el edificio se venga abajo o sin que la expresión resulte forzada.

Eso nos lleva al tercer punto: el fraseo. Flexible a más no poder, dotado del inconfundible rubato chopiniano, matizadísimo en las dinámicas, pero en ningún momento falto de naturalidad o de sentido. Recuerdo ahora a un señor de talento descomunal llamado Ivo Pogorelich que, armado de técnica inigualable, acostumbraba –y acostumbra, ahora aún más que antes– a diseccionar la partitura como nadie y a revelar uno y mil detalles nuevos a costa de perder toda lógica en el discurso, de resultar forzado o incluso de sonar insoportablemente insincero. Perianes se mueve en la cuerda floja, arriesga muchísimo con las lentitudes y los análisis, pero su tremenda musicalidad le impide acercarse ni un solo paso al territorio de lo narcisista. Tampoco se le quiebra la unidad: es tal la concentración interior que posee el artista –a mi entender, esta es la más grande de sus virtudes– que no hay un solo momento en que parezca que puede perderse el pulso, o que la atención a los matices agógicos y dinámicos vaya a perjudicar la unidad en el trazo.

Cuarto y último, la expresión. Alejado del Chopin denso y contenido de un Gilels, del señorial de Rubinstein, del dramático de un Barenboim o del intelectual de un Pollini o un Zimerman, con estas dos sonatas Javier Perianes se sitúa en la antípoda de las arriesgadísimas y geniales recreaciones de Evgeny Kissin. Lo apasionante es que lo hace para situarse a su misma altura, que no es sino la más alta posible, para ofrecer una visión muy distinta de la escritura chopiniana. Si el moscovita se decantaba en su momento –hace tiempo que no sabemos nada de su Chopin– por el arrebato pasional, los grandes claroscuros y la fuerza visionaria dentro de una óptica dionisíaca, el de Nerva ofrece las más increíblemente hermosas, poéticas y conmovedoras recreaciones dentro de una visión apolínea en la que la elegancia, la belleza, el equilibrio entre forma y emoción, el distanciamiento reflexivo y la meditación más concentrada se ponen por delante de otras consideraciones. ¿Se echan de menos contrastes? Para nada, si bien es cierto que Javier tampoco desea acentuar los extremos. ¿Falta electricidad? En absoluto, aunque tiene muy claro que los picos de tensión hay que alcanzarlos a través de la planificación minuciosa, no mediante ese nerviosismo en el fraseo –a lo Argerich, para entendernos, entre muchos que incurren en él– que aquí no hace su aparición en ningún momento.

Lo que está claro, en cualquier caso, es que bajo estos presupuestos van a ser los dos movimientos lentos los que van a permitir al pianista desplegar sus mejores armas. Lo dije al comienzo: se encuentran entre el más grande Chopin que este pobre melómano que tiene ya unos cuantos años encima haya escuchado nunca. No se puede ir más allá en belleza, en delectación, en delicadeza, en elegancia y en elevación poética manteniéndose dentro de la más absoluta sinceridad y evitando todo narcisismo. Lo sorprendente es que estas versiones vengan de un señor de 42 años: parece que nos encontramos ante un enorme especialista al final de sus días, viendo la música desde más allá del bien y del mal, alcanzando las más depuradas esencias poéticas mediante la disolución de la forma… Sí, pienso en el Arrau anciano. Cada día tengo más claro que el chileno ya tiene sucesor.

En fin, hay unos pocos discos imprescindibles para acercarse al polaco: los Nocturnos por Arrau, las Baladas por Zimerman, las Polonesas por Pollini, los Conciertos por Barenboim, los Scherzi por Lang Lang y las Sonatas por Kissin y –ahora también– Perianes. Las versiones de los dos pianistas son tan inigualables como complementarias y reveladoras. Necesarias, imprescindibles para conocer quien fue un tal Frédéric Chopin. De propina en este disco registrado por Harmonia Mundi en abril de 2019 (Sonata nº 3) y abril de 2021 (Sonata nº 2), tres mazurcas a cual más hermosa.

2 comentarios:

Observador dijo...

Pensé que ya no se podían dar más vueltas de roscas a las interpretaciones de las sonatas de Chopin, pero leyendo el presente post de Fernando y viendo el puntaje de 10/10 que Carrascosa aplicó a la sonata 3 (él me dijo que volverá a escuchar la nro. 2 cuando reciba el CD, y verá qué puntaje le aplica), no me queda excusa alguna para no encargar el CD en Amazon o Mercadolibre.

Julio César Celedón dijo...

Acabo de darle un repasón rápido a lo que tiene Perianes en Spotify y su Mendelssohn, Schubert y Chopin me han encantado. Le escuché un Emperador de Beethoven hace dos años aquí en México y fue bueno y muy correcto pero no al nivel de lo citado. Espero poder escuchar este álbum cuanto antes.

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