domingo, 2 de mayo de 2021

Treinta años de Maestranza

Hoy domingo dos de mayo de 2021 se cumplen treinta años exactos del Teatro de la Maestranza. Yo estuve presente en aquella ocasión, con la Sinfónica de Sevilla y Vjekoslav Šutej haciendo el Segundo de Rachmaninov con Rafael Orozco en medio de El tambor de Granaderos y Sheherezade. Poco después llegó la Expo’92: Barenboim con Berlín, Abbado con Viena, Celibidache con Múnich, Muti con Philadelphia, Chailly con Concertgebouw, el Met, la Ópera de Viena… Mucho fasto y poca previsión: el teatro cerró y se ocupó del asunto la Sinfónica, con más buena voluntad que resultados. Alfonso Aijón intentó repetir la fórmula de Ibermúsica y fracasó. Y es que en Sevilla no había burguesía dispuesta a pagar esos precios, por lo que las grandes orquestas no volvieron a verse en el escenario hispalense. Para mí fueron años de muchísimas colas. También de bastante gasto en unos momentos en los que terminaba la carrera, seguía con estudios de tercer ciclo y no tenía ingresos. Años de esfuerzo, aventura y descubrimiento. Como todo joven con ganas de aprender.

A finales de los noventa comencé a escribir críticas. Supongo que de manera muy mediocre. Recuerdo que la primera fue la de Alahor in Granada: seguramente lo hice fatal, aunque tampoco es que aquel espectáculo mereciera mucha atención que digamos. Quiero pensar que poco a poco fui aprendiendo. No era fácil, porque por aquel entonces no había copias de discos compactos, ni menos aún descargas o streaming. Me lo tomé muy a pecho. Y tuve que dormir infinidad de veces en hostales de mala muerte: no tenía dinero ni carné de conducir.


Empezaban los años de José Luis Castro, presididos por la sensatez y el conservadurismo. Klaus Weise, director de la ROSS, había hecho algunas cosas muy buenas en ópera: por aquel entonces, y eolo entonces, Sevilla podía presumir de tener la mejor orquesta que bajaba a su foso. De todas formas no sintonicé del todo con la línea emprendida, y menos aún con la de su lugarteniente Giuseppe Cuccia: mucha atención a las voces, poca a las batutas y a la variedad del repertorio. Por eso mismo me pareció sanísimo el giro que dio Pedro Halffter, que aunque bien es verdad que llegó a la dirección a través del dedazo –recuerdo ahora la oscura figura de un señor que se llamaba Juan Carlos Marset–, supo quitarle polvo y caspa a la programación del teatro sevillano. Intentó incluso, aunque sin éxito, solucionar el eterno problema de coordinación con la Sinfónica de Sevilla.

Halffter fue muy maltratado por motivos tanto artísticos como políticos por el contubernio de críticos-foniatras. El ninguneo solo pareció atemperarse cuando el maestro madrileño se vio obligado por las circunstancias –crisis económica de 2008– a refugiarse en los cuatro títulos de siempre. Mientras tanto, el resto de la programación descansaba en exceso en la Sinfónica de Sevilla, cuya dirección musical tenía –por exceso del malrollismo– los días contados. Yo no pude estar atento a lo que desfilaba por el escenario: fueron mis años de exilio en la Sierra de Segura, aquellos en los que sustituí al Maestranza por el Teatro Real y Les Arts, que me quedaban mucho más cerca –tres horas y medias de coche frente a cinco–. Cuando pude regresar a Jerez no me encontré un panorama muy estimulante. En 2018 marchaba Halffter cerrando una etapa que parecía agotada. Como la de John Axelrod frente a la ROSS.

En 2019 Javier Menéndez llega a director general sin que sepamos a ciencia cierta qué es lo que pretende y hasta qué punto las circunstancias le permitirán materializar su idea: el coronavirus no ha perdonado a ningún teatro. Al menos la ilusión sigue ahí y se ha podido celebrar una gala lírica conmemorativa de la que acabo de llegar y de la que espero contarles algo mañana. Mientras tanto, ¡feliz aniversario!

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