Canceló a última hora Mikko Franck y acudió Daniel Barenboim, director honorario, a salvar a la Filarmónica de Berlín para el evento –a puerta cerrada, solo para la Digital Concert Hall– de hoy sábado 24 de abril. Se ha mantenido el Concierto para piano nº 1 de Johannes Brahms con Yefim Bronfman de la primera parte, pero el maestro confesó no tener tiempo para prepararse la Quinta de Sibelius –la dirigió hace un par de décadas– y ha subido a los atriles la Primera sinfonía del de Hamburgo, toda una especialidad de la casa.
Tras nada menos que siete registros sentándose al piano –Barbirolli, Kubelik, Mehta, Celibidache, Rattle por duplicado y Dudamel–, el de Buenos Aires nos deja por fin su visión de la op. 15 de Brahms desde el podio. Yo se la escuché en Granada hace muchos años, con Lang Lang como solista, pero apenas recuerdo nada de ella. Esta de ahora no depara ninguna sorpresa, porque es exactamente la que se podía esperar: densa, gótica y de enorme potencia expresiva, tan atenta a la vertiente dramática de la obra como a lo mucho que tiene de reflexivo, pero siempre desde una óptica más interiorizada que combativa. No tiene mucho que ver con la dirección extremadamente rabiosa que le planteó Rattle en aquel concierto en Atenas. Sorprendentemente, o quizá no tanto, a quien se asemeja Barenboim es al Dudamel de su registro con la Staatskapelle de Berlín en 2014. Es decir, una dirección madura y un punto otoñal –ya en la introducción hay algunos portamentos innecesarios–, pero siempre de un estilo perfecto y de una sinceridad aplastante. Y añadiendo una idea muy interesante: el amargor –más que la rebeldía– se impone frente a otras consideraciones, y no solo en un segundo movimiento memorable, sino también en el conclusivo: raras veces ha sonado tan poco afirmativo.
En cuanto a Bronfman, debo reconocer que me ha defraudado relativamente, porque esperaba que rozara el cielo y no lo ha hecho, sobre todo si comparamos con el vuelo poético que quien tenía a dos metros empuñando la batuta ha logrado destilar desde el teclado. En cualquier caso, no solo posee la fuerza física para enfrentarse al monstruo brahmsiano, un sonido ideal para el autor, agilidad más que suficiente y una enorme concentración en los momentos en lo que ello es necesario –todo esto ya es muchísimo–, sino que además sintoniza muy bien con el enfoque de la batuta encontrando más desolación que consuelo entre las notas.
No hay novedad en lo que a la Sinfonía nº 1 se refiere. Barenboim es, sencillamente, el director más grande que ha tenido en su sinfonía. Ya lo demostró en su grabación con Chicago de 1996 y revalidó su perfecta comprensión de esta música con la WEDO en Granada allá por 2006, pero cuando hizo la obra con la Filarmónica de Berlín en 2010 llegó a lo más alto. Con las dos grabaciones –audio y vídeo– de la Staatskapelle dio un paso más, no en calidad –porque ya no se puede– pero sí en exploración de las posibilidades expresivas. La que hoy ha realizado con la Filarmónica se parece a aquellas, sobre todo a la editada en compacto por DG. De nuevo el amargor, lo ominoso y lo hondamente reflexivo son los elementos que más interesan al maestro, pero no por ello deja de ofrecer –antes al contrario– ese carácter combativo que la obra necesita, ni tampoco la afirmación rotunda, llena de grandeza, que aporta el finale (¡verdaderamente incomparable, como siempre en Barenboim!) después de tantos nubarrones. La diferencia la marca la orquesta, menos cálida y más oscura que la Staatskapelle. También más musculada.
Por cierto, que a esta última no la he encontrado en plena forma: ha apreciado más de un desencuentro, gazapos varios y un sonido no del todo depurado en algunas frases de los violines. Dicho esto, hay que descubrirse ante la soberbia calidad global del conjunto y ante la musicalidad de sus primeros atriles, con mención especial para el concertino Daishin Kashimoto, el timbalero Benjamin Forster y –sobre todo– el trompa Stefan Dohr, increíble en la sinfonía.
2 comentarios:
Estoy a punto de pillar la repetición en el DCH dentro de una hora. Si se acerca bastante a la versión que hizo en Oxford con esta orquesta en el Concierto de Europa de 2010, no estaré satisfecho; estaré en la gloria. Es mi sinfonía fetiche, y Barenboim mi intérprete preferido. Saludos.
¡Espero que le haya gustado!
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