lunes, 4 de mayo de 2020

El último Mozart de Kark Böhm

Me dejó el otro día tan mal sabor de boca la KV 550 por Riccardo Minasi que he tenido que volver al extremo opuesto. Al último Mozart que, al frente de una Filarmónica de Viena que estaba en el mejor momento de su historia, grabó en junio de 1980 el inolvidable Karl Böhm: sinfonías nº 29 y 35, “Halffner” del salzburgués, en registro editado por Deutsche Grammophon y hoy asombrosamente olvidado por el sello alemán.



Nada más arranca la KV 201 queda claro que estamos en las antípodas del señor Minasi y de buena parte de los intérpretes “históricamente informados”. Tempi lentos pero en absoluto pesados. Fraseo elegantísimo, natural. Exquisita depuración sonora. Belleza formal extrema. Riguroso equilibrio formal y expresivo. Concentración absoluta.  Atención plena a las maderas, tan importantes en Mozart. Y lo más importante: elevación poética extraordinaria, con un punto de amargura muy adecuado en el Andante. En definitiva, sobriedad y expresión en perfecta síntesis. ¿Se parece en algo esto a lo que se escuchó en la época del compositor? Probablemente no, pero a mí me parece Mozart en estado puro.

En la Haffner hay que destacar el poderosísimo arranque. El Menuetto resultará pesadote para algunos paladares, y hay que reconocer que carece de incisividad y que el carácter de danza se encuentra ausente, pero el trío está cantado con una calidez y una elegancia deliciosas; sorprendente la manera de prolongar el último acorde del movimiento. El Finale parece arrancar con lentitud, pero luego demuestra estar dicho con admirables agilidad y entusiasmo, eso sí, bajo un absoluto control.
El CD se completa con la Música fúnebre masónica grabada por los mismos intérpretes en 1979. Una interpretación lenta, densa en lo conceptual, bellísima en lo puramente sonoro, que mezcla a la perfección un dolor tan intenso como contenido con una extraordinaria elevación espiritual. Asombrosa la elegancia de un fraseo en el que, no obstante, se va mascando una con una poderosísima acumulación de tensiones. ¡Y qué decir de la cuerda grave! En fin, toda una experiencia.

Una cosa más: lo que hicieron los micrófonos de Günter Hermanns en la Musikverein vienesa roza el milagro. ¿Hace falta escribir que estamos ante uno de los mejores discos Mozart que existen?

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