lunes, 5 de noviembre de 2018

Buscando a Brahms desesperadamente

El ridículo precio de ochenta y cuatro euros el vuelo de ida y vuelta desde mi ciudad –Jerez de la Frontera– me animó a improvisar un viaje a Hamburgo con estancia los días 1 y 2 de este mes de noviembre. Intenté encontrar a Johannes Brahms, pero no le encontré por ninguna parte: la ciudad es grande, dinámica y próspera, pero los terribles bombardeos sufridos en 1943 arrasaron con casi todo lo que podía retrotraernos a la época del autor de El canto de las Parcas. La casa museo, a la que no me acerqué, ni siquiera es la original, sino una recreación moderna realizada en una ubicación más o menos cercana. Eso sí, pude acercarme la primera tarde a la sala de cámara de la Laeiszhalle, próxima a donde efectivamente nació el compositor, para escuchar un recital de violín y piano que incluía la hermosísima Sonata nº 3 del hamburgués.


Artistas para mí desconocidos: Adrian Iliescu al violín y Alina Azario al teclado. Él, concertino de la Sinfónica de Hamburgo, me gustó por su sonido repleto de carne y por su intensidad expresiva. Ella –dice en su biografía que ha actuado en el Maestranza– me pareció una pianista solvente sin más, musical pero un tanto plana e impresonal. Abrieron el programa con la Sonata para violín y piano D 574 de Schubert, que no me dejó especial huella. Continuaron con la Sonata nº 2 de Enescu, que pese al enorme cansancio que tenía en mi cuerpo me dejó conmocionado: ¡qué música más grande! Y qué espléndida interpretación, habría que añadir, toda ella compromiso con los aspectos más intensos y desgarrados de los pentagramas. En la segunda parte llegó la esperada Sonata nº 3 brahmsiana, bien dicha aunque sin nada especial que destacar. Cerraba el programa, en tan obvia como legítima búsqueda de brillantez, Introducción y Rondo capriccioso de Saint-Saëns, buena oportunidad para evidenciar no solo el referido virtuosismo, sino también la intensidad sabiamente controlada de Iliescu. De propina, Debussy arreglado por Heifetz.

En fin, una velada agradable que no terminó de paliar mi frustración por no “oler a Brahms” en su ciudad natal. Paradójicamente lo pude hacer al día siguiente en Bremen, preciosa localidad en cuya catedral se estrenó el Réquiem Alemán. Reconozco que no tenía idea: lo leí en el museo de la misma y quedé hondamente impresionado. No pude resistir la tentación de escuchar unos minutos a través del móvil allí dentro. De escalofrío, se lo juro. Y ya de vuelta a Hamburgo pude realizar una visita a la tumba de C.P.E. Bach y conocer esa Filarmónica del Elba ahora tan de moda, pero eso se lo cuento a ustedes en otra entrada cuando encuentre tiempo para escribirla.

1 comentario:

FPC dijo...

No conozco Hamburgo pero en Viena hay un museo Haydn en el que si mal no recuerdo hay un clave de don Franz Joseph que compró en su momento don Johannes. Y luego, no sé por qué caminos ni motivos, volvió al museo de su dueño originario. Es una curiosidad sin mayor importancia. En ese museito se pueden escuchar algunas sinfonías de Haydn: recuerdo que el día era soleado como correspondía a música tan luminosa. Nada equiparable al Requiem en la catedral pero son espacios y músicas, juntos. Saludos desde La Rioja.

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