jueves, 5 de julio de 2018

Irregular Orfeo de Gluck en la Staatsoper

Me resultó difícil disfrutar de la función del más célebre título de Gluck del pasado domingo 1 de julio en la Staatsoper de Berlín: Orfeo y Eurídice sensacionales, batuta floja, coro deficiente y puesta en escena mezclando alegremente aciertos considerables y errores de bulto. Demasiada irregularidad.

La recreación de Bejun Mehta la conocía por su filmación de 2014 editada por el sello Arthaus. Me gustó entonces mucho, pero más todavía en Berlín porque en la capital alemana no le encontré ciertos detalles amanerados del primer acto que ofreció en aquella ocasión. Por lo demás, la voz la encuentro preciosa, la técnica impecable y la musicalidad muy grande. Cantó todo el tiempo maravillosamente bien y con la expresividad a flor de piel. He comparado con la reciente grabación de Jaroussky dirigida por Fasolis –ojo, en la más aguda versión de Nápoles de 1774–, y me quedo con el sobrino de Zubin: el francés hace un Orfeo más encendido, más doliente cuando corresponde y también más valeroso, pero me gusta más la sensualidad y la melancolía con que el norteamericano, que además es un excelente actor, aborda su personaje. No creo que vuelva a escuchar en directo una recreación tan admirable de esta parte, al menos en la voz de contratenor.


No conocía de nada a Elsa Dreisig, y debo decir que me ha entusiasmado. ¡Menuda Eurídice! No ya por la solidez de la voz –hermosa, con cuerpo y bien proyectada–, ni por la excelencia de la técnica, sino por la enorme intensidad expresiva que mostró en sus breves pero fundamentales intervenciones. Especialmente en su tremenda aria, claro. Tampoco conocía a Narine Yeghiyan: estuvo bien, aunque solo eso.

A Domingo Hindoyan, procedente de "El sistema" venezolano, únicamente le había escuchado una Octava de Bruckner con la Simón Bolívar, disponible en YouTube: correcto el primer movimiento, discreto el segundo, bueno el tercero y espléndido el cuarto. Suficiente para confirmar que el señor marido de Sonya Yoncheva alberga talento. Por eso mismo, y porque había leído cosas muy positivas sobre este joven, me terminó defraudando. Sí, ya sé que dirigir este título, el primero de la reforma, es muy complicado. ¿Instrumentos originales o modernos? ¿Respetamos la articulación y la ornamentación de tiempos del barroco o lanzamos la mirada hacia el futuro cuya puerta abre precisamente esta ópera? ¿Buscamos el equilibrio o apostamos por los efectos teatrales, no se sabe muy bien si barrocos o Sturm und Drang, de los que hace gala Fasolis en su citada grabación?

No me quedó muy claro lo que quiso hacer Hindoyan. En instrumentos y en articulación fue la suya una lectura por completo tradicional. En la expresión apostó por el vigor, la energía y la fuerza dramática, pero pasó un tanto de largo ante las posibilidades poéticas de la obra. Aunque no fue ese el principal problema, sino lo que a mí me pareció –estaba en primera fila de patio de butacas, a lo mejor la orquesta no me llegaba con nitidez– una escasez de depuración sonora. Daba la impresión de que aquello no estaba lo suficientemente trabajado. O de que la orquesta no estaba por la labor. Y lo que es seguro, ahí creo no equivocarme, es que el coro no tuvo su mejor noche. Más bien estuvo perdido buena parte del tiempo. Al día siguiente, Macbeth verdiano con Barenboim, sí que realizó una labor muy notable, así que no sé muy bien a quién echarle la culpa.

Me queda decir algo de la escena. Producción de Jürgen Flimm estrenada hace dos años por Daniel Barenboim con el propio Mehta. Me gustó la idea global: la bajada a los infiernos y el rescate de Eurídice es una alucinación que sirve como catarsis al protagonista. Me pareció bellísimo el final, añadiendo una coda orquestal –del ballet– y mostrando a Orfeo dejando caer las cenizas de Eurídice desde el estuche de su violín. Pero me irritó que se redujera el tira y afloja entre los amantes a una mera discusión de dormitorio, incluyendo un lanzamiento de almohadas que despertó las risas entre el respetable y rompió la atmósfera. Me pareció una gilipollez que las furias vistieran de nazarenos de Semana Santa (aunque en Sevilla hay algunas furias muy peligrosas, ya lo creo que las hay). Y me chirriaron los colorines de la escena de los Campos Elíseos, aunque fuera para contrastar con el negro absoluto del tanatorio del primer acto. En fin, una propuesta con todas las virtudes y todos los defectos de la ópera en Alemania durante los últimos decenios.

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