jueves, 3 de mayo de 2018

Formidable Cendrillon desde el Met

Nunca había escuchado Cendrillon. Lo confieso: la música de Massenet me interesa poco. Pero el sábado pasado 28 tenía la oportunidad de ver en directo la retransmisión desde el Met de Nueva York de una producción con estupenda pinta musical y escénica. Me acerqué a los cines Yelmo de Jerez –por cierto: calidad de sonido superior a la de la mayoría de las ocasiones en esta misma sala– y salí encantado.


Una maravilla la producción escénica a cargo de Laurent Pelly. Apuntaba el regista parisino que su idea visual era partir de cuento de Perrault. Pero hacerlo del libro propiamente dicho, combinando los colores rojo –de la encuadernación–, blanco y negro –el texto impreso–, y visualizando algunas páginas en la propia escenografía. Estupenda idea admirablemente materializada en la práctica, y reforzada por un vestuario diseñado por él mismo que resultó sensacional en su idea de combinar elegancia y pretenciosidad para todas las escenas de la corte. “Fashion victims”, señalaba Pelly en el intermedio con enorme acierto. En cualquier caso, lo más destacable de la propuesta fueron el diseño del movimiento escénico y la dirección de actores, toda una lección magistral de cómo se puede ser clásico y moderno al mismo tiempo, de cómo se puede atender plenamente a la música y al mismo tiempo ofrecer infinidad de ideas personales y creativas, siempre dentro de una concepción divertidísima pero no saturada de gags, encantadora sin ñoñería alguna y siempre desarrollada con enorme sentido del ritmo escénico. Una maravilla.

Musicalmente el nivel me pareció francamente alto, entre otras cosas porque el irregular Bertrand de Billy estuvo estupendo a la hora de compaginar ese especialísimo sentido de “lo francés” –sensualidad, levedad bien entendida, encanto algo trivial– con una buena dosis de energía bien controlada, de teatralidad y de contrastes, todo ello manteniendo estupendamente el pulso y trabajando a la orquesta con apreciable depuración sonora.

En cualquier caso, la triunfadora de la noche –como no podía ser menos– fue Joyce DiDonato, de agudo algo metálico –por momento algo apurado– pero siempre formidable cantante y excepcional artista, ofreciéndonos una Cenicienta que supo dejar volar sus melodías sin resultar excesivamente ensoñada ni, menos aún, rozar el empalago, por no hablar de su estupenda dicción y de su enorme sabiduría a la hora de moverse sobre las tablas.

Magnífica asimismo Alice Coote en el rol del Príncipe Azul: la inglesa, como siempre, está estupenda en los papeles de travestido tanto en lo vocal como, sorprendentemente, en lo escénico. Kathleen Kim se encargó del Hada, rol para soprano de coloratura que resolvió de manera irreprochable en todas sus agilidades, haciendo gala además de una voz estupendamente timbrada y de un gusto exquisito; que en el grave se quedase algo corta importó bien poco. Stephanie Blythe, tremenda voz de contralto, estuvo francamente divertida como Madame de la Haltière. El punto negro fue Laurent Laouri, estupendísimo actor pero vocalmente tocado.

Bueno, ¿y la música? Más o menos lo que me esperaba: algunos números los encontré deliciosos –dentro de su indisimulada superficialidad– y otros me parecieron poco interesantes. Dudo que con una interpretación menos extraordinaria que la vista y escuchada el otro día desde el Met un servidor pudiera terminar la audición sin que apareciera el aburrimiento.

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