martes, 6 de marzo de 2018

Michael Barenboim y Vasily Petrenko debutan con la Filarmónica de Berlín

Michael Barenboim debutó hace pocas semanas al frente de la Berliner Philharmoniker. Con el Concierto para violín de Schoenberg, nada menos. Iba a dirigir el evento Zubin Mehta –con el que en su momento estaba previsto que hiciera la obra en Valencia–, pero a la postre el maestro indio canceló y fue sustituido por Vasily Petrenko: debut por partida doble, pues. Seguí el concierto en directo el 17 de febrero a través de la Digital Concert Hall, pero he esperado a volver a ver la primera parte para realizar alguna comparación y así escribir  con más propiedad.


En lo que al concierto de Schoenberg se refiere, no he repetido la audición del registro que Michael tenía con su padre dirigiendo, que comenté en su momento, pero sí que he repasado la de Hilary Hahn con Salonen. Pues bien, sigo quedándome con el sonido denso y carnoso de la sensacional violinista norteamericana, pero en lo que a la interpretación se refiere creo que esta no le va a la zaga. No sé si es que entre 2012 y 2018 nuestro artista ha madurado todavía más su acercercamiento a la complicadísima –en lo técnico y en lo expresivo– partitura  o quizá es que ha mí me ha cogido más receptivo. Lo cierto es que Barenboim hijo realiza una formidable teatralización de la parte solista, que entiene como un encendido diálogo –por no decir discusión– consigo mismo: las maneras de dotar de significado expresivo a cada una de las frases, diríase incluso que de otorgarle matices propios del lenguaje hablado, es de no dar crédito. Diríase que con esta lectura es menos complicado que nunca entender esta página, tal es el grado de comuniatividad y convicción que alcanza su labor. Por no hablar, claro está, de la parte puramente técnica: ¿quién fue el que dijo, en España, que Michael Barenboim era un violinista de conservatorio? Hay que ser acémila para afirmar tal cosa.

En cuando a Vasily Petrenko, su labor en Schoenberg resulta cuanto menos notable: hay vida y colorido en su lectura, también nervio bien entendido, pero asimismo un formidable control de los medios. Todo ello, como confiesa en la entrevista complementaria, aprendiéndose la partitura en un tiempo récord, lo que tiene mucho más mérito. Que se pueda preferir la más cálida y plural dirección de Daniel Barenboim es otro cantar. De propina, Michael interpretó el segundo movimiento de la Sonata para violín solo de Bartók, que ya había grabado en su formidable primer disco para el sello Accentus aquí comentado.

El programa se había abierto con la obertura de Rosamunda. La interpretación de salva por la calidad de la orquesta, porque la dirección me gusta más bien poco. La introducción resulta más bien aséptica, y el resto se deja llevar por el nervio y carece de elegancia. Inlcuso los tutti suenan más bien vulgares. ¡Qué difícil es hacer bien Schubert! Pero la segunda parte, dedicada íntegramente a Maurice Ravel, funcionó mucho mejor.

Ya desde el arranque de La valse, soberbiamente trabajado en la tímbrica y en la expresión –decididamente siniestra–, se aprecia la gran afinidad del maestro de San Petersburgo con la música raveliana, a la que sabe dotar del fraseo curvilíneo, el rico colorido y la sensualidad que le corresponde, mas sin caer en lo decadente o en lo hedonista, sino dotando a la página de pulso y sentido dramático. Solo le falta resolver mejor la continuidad entre algunos pasajes –algo harto complicado en esta obra, a decir verdad– para alcanzar lo excepcional.

Todavía mejor la suite nº 2 de Daphnis et Chloé. Frente a los reparos de La Valse, aquí no hay ninguno: conozco un buen puñado de recreaciones a la misma altura, pero ni una sola claramente superior. Claro está, no es mérito solo del excepcional trabajo que Petrenko realiza con las texturas –prodigioso el amanecer–, de su riquísimo sentido del color, de su excelente equilibrio entre brillantez y depuración sonora, de su prodigiosa manera de jugar con el fraseo sin caer en amaneramientos o del estupendo pulso narrativo de que hace gala, sino también de una orquesta que es un verdadero prodigio en tanto en sus diferentes familias como en todos y cada uno de sus solistas. Mención especial para Mathieu Dufour, el antiguo flautista de la Sinfónica de Chicago, en la bellísima Pantomima.

Solo una pega: en la retransmisión en directo hay algo de compresión dinámica que perjudica el disfrute. Esperemos que la Digital Concert Hall se vaya poniendo las pilas en este sentido. 

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