Tengo en mi discoteca nada menos que siete grabaciones distintas del ciclo sinfónico Mi Patria, la excelsa creación de Bedřich Smetana que algunos críticos se empeñan en ningunear, a cargo del director checo por excelencia: Rafael Kubelik. ¿Máximo recreador de la partitura? A mi entender no, porque en ninguno de sus registros ofreció un Moldava a la altura de las circunstancias. Pero sí que es uno de los grandes. Vamos a hacer un breve recorrido sus tres primeras grabaciones del título, dejando para otro momento las más recientes, que aún quiero repasar.
La primera grabación es verdaderamente célebre: la realizada en 1952 para el sello Mercury junto a la Sinfónica de Chicago. A sus treinta y ocho años de
edad y en el breve periodo al frente de una orquesta que aún necesitaba madurar,
el maestro checo logra ya dar una verdadera lección interpretativa ofreciendo
frecura, emoción y rusticidad bien entendida en una lectura vehemente ante todo,
pero sin por ello descuidar el vuelo lírico ni, menos aún, la finura de trazo
–admirable la claridad de la sección fugada del cuarto poema sinfónico–, aunque
sea cierto que la fogosidad le haga caer en alguna precipitación, como en la
sección marcial de Vysehrad, o incluso en algunas frases un punto frívolas El
Moldava, ya dijimos que el poema sinfónico con el que menos va a conectar la batuta.
Tábor y Blanik, magníficamente delineados y dichos con una potencia dramática
abrumadora, son por el contrario soberbios. La toma sonora, aquejada de molestas
distorsiones, no parece hacer justicia a su prestigio.
En 1959 Decca le graba la obra frente a la Filarmónica de Viena. Con unos tempi ahora ligeramente
más rápidos (74’27 frente a los 76’18 de Chicago) y sirviéndose de dicha orquesta
de ensueño, Kubelik repite su aproximación rústica y encendida, de marcadísmo
sabor checo –admirable el toque dancístico en Por los prados y bosques de Bohemia–, resultando quizá
ahora más convincente en el primero de los números pero pinchando quizá de manera todavía más obvia en un Moldava
sin mucha inspiración, con una sección central dicha con prisas y sin apenas
magia sonora. De nuevo la segunda mitad del políptico sinfónico vuelve a ser
impresionante. Lo que deja bastante que desear es la toma sonora, estereofónica
pero por debajo de lo que podía ofrecer Decca por esas mismas fechas.
Aunque en la apreciación pueden
influir las bondades de la toma sonora, por fin a la altura de las
circunstancias, lo cierto es que el registro con la Sinfónica de Boston realizado por Deutsche Grammophon en 1971 parece más
depurado en lo sonoro, también más cálido y evocador en su poesía –mucho mejor
ahora el Moldava–, pero manteniendo
íntegramente tanto la tensión dramática y la fuerza expresiva como el sabor
checo y popular que desprendían sus anteriores aproximaciones. La excelencia de
la orquesta, de voluptuosa cuerda y metales de impresión, contribuye a redondear
los resultados. De las tres interpretaciones comentadas, es con esta última con la que me quedo.
Un cajón de sastre para cosas sobre música "clásica". Discos, conciertos, audiciones comparadas, filias y fobias, maledicencias varias... Todo ello con centro en Jerez de la Frontera, aunque viajando todo lo posible. En definitiva, un blog sin ningún interés.
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2 comentarios:
Y a mi que me parece que la grabación DECCA de 1958 con la Fil. de Viena es una buena grabación........ Al menos en CD.
Siempre sabroso repertorio checo... Por cierto, que el concierto para piano de Dvorak es de los grandes y aún no se le ha hecho justicia.
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