jueves, 27 de abril de 2017

Perianes en el Villamarta: nuevos caminos

La noche de ayer miércoles –tuve que pedir un día de permiso sin remuneración, porque trabajo por las tardes– pude disfrutar de un soberbio recital de Javier Perianes centrado en las figuras de Schubert, Debussy, Albéniz y Falla. Soberbio y revelador, porque quedó bien claro que, a sus treinta y ocho años de edad, el pianista de Nerva (Huelva) no se contenta con tocar de manera admirable y con una musicalidad exquisita, cosa que hace desde ya hace mucho tiempo, sino que además se encuentra dispuesto a revisar lo que él mismo ha dicho sobre determinadas obras y a recorrer nuevos senderos interpretativos.


Sin ir más lejos, la Sonata nº 13 D. 664 del compositor austríaco fue distinta a la que grabó hace tan solo unos meses, en diciembre de 2016, y acaba de editar Harmonia Mundi. Sobre aquella escribí en este blog lo siguiente:
"En su Allegro moderato inicial Perianes apuesta por la galantería ante todo, justo lo contrario de lo que hace Barenboim con la misma página: ninguno de los dos me termina de convencer ahí, a decir verdad, por motivos contrapuestos. Pero en el Andante el pianista andaluz roza el cielo: difícil superar la síntesis de emotividad y belleza sonora que ofrece aquí Javier. Solo un pianista de primerísima categoría es capaz de hacer algo como lo que aquí se escucha. Con un Rondó fresco, espontáneo en el mejor de los sentidos, bellísimo en lo sonoro, pero no trivial sino plagado de claroscuros – fuertes contrastes dinámicos, tremendo el registro grave, clímax hirientes– en la que lo coqueto y lo delicado se dan de la mano con aspectos mucho más dramáticos, se cierra una interpretación que hay que conocer."
Bueno, pues ahora la cosa ha cambiado, porque el entonces algo el decepcionante Allegro moderato, que ahora arranca con un sugestivo rubato, no solo se encuentra más paladeado –el tempo es menos rápido–, sino que abandona la mera galantería con que abordaba la mayoría de los pasajes –que no la elegancia, la cantabilidad ni la riqueza de matices– para adentrarse en un universo de claroscuros y tensiones –ya presentes en algunos atrevidísimos contrastes dinámicos del referido registro– que por momento le ponen al borde del precipicio, como si quisiera llegar a una síntesis entre lo mejor de la visión de Barenboim y de la suya propia. El Andante y el Rondo conclusivo vuelven a ser memorables, redondeando así una interpretación no solo excelsa, sino difícilmente superable por cualquier pianista de los que hoy se encuentran en activo.

También hubo diferencias notables entre las Drei Klavierstücke D. 946 que registró en 2007 y estas del Villamarta. He vuelto a escuchar el disco y repaso las notas entonces tomadas, de las que ofrecí un resumen en las páginas de Ritmo. Fue aquella una interpretación arriesgada y personal. Sus tempi lentos no caían en lo moroso ni perdían tensión, se encontraba magníficamente construida y era muy sabia en la utilización de los silencios y de la agógica –sutiles retenciones de tempo–. En lo expresivo optaba por una visión ante todo lírica y recogida, meditativa y llena de poesía, de honda concentración interior, trascendida y de gran hermosura. Eso sí, podía resultar resultar un punto chopiniana, mientras que en determinados momentos se echaba de menos garra y extroversión, sobre todo en la tercera pieza, no todo lo temperamental que debiera.

La interpretación de anoche se ha parecido en poco a aquella. Los tempi han sido muchísimo menos lentos –lo que en sí mismo no es bueno ni malo– y la visión eminentemente lírica y sensual de entonces ha sido sustituida por otra de enfoque mucho más plural en la que ese componente intimista shubertiano se equilibra con una buena dosis de sentido dramático, de contrastes tanto sonoros como expresivos, de fuego e incluso de arrebato, pero todo ello sin perder el control, el sentido del equilibrio digamos clásico, y manteniendo la más exquisita belleza sonora. Menos unilateral ahora, pues, más rico en concepto, mas atento a las posibilidades de la música sin perder de vista la personalidad schubertiana. Por ende, más indiscutible. De nuevo es difícil superar hoy día esta lectura. Pires lo hace estupendamente, pero con algún detalle caprichoso. Uchida pincha en la primera de las piezas. ¿Y Sokolov? Escuché su disco antes de ir al concierto y, siendo interesantísima su aportación, no me parece tan lograda.

Decidió Javier abrir la primera parte uniendo Le tombeau de Claude Debussy del gaditano, La soirée dans Grenade, La puerta del vino y La sérénade interroumpue del francés y El Albaicín del catalán. Debería haberlo avisado al público, porque muchos no conocerían estas obras. Me parecieron grandísimas las interpretaciones de las cuatro primeras piezas, y si en Falla revalidó los excelentes resultados de su grabación para Harmonia Mundi, en las páginas de Debussy abandonó el enfoque abstracto y distanciado, inquietantemente moderno con que hace años abordaba este repertorio, para apostar por una visión mucho más cercana y comunicativa en la que el misterio a ritmo de habanera sabe conjugarse con la pasión, la voluptuosidad e incluso el drama; de la capacidad de Perianes para extraer del piano los más ricos colores, para matizar las dinámicas o para acertar con las onomatopeyas que hacen referencia el flamenco, ni hablemos.

¿Y el fragmento de Iberia? Pues virtuosismo a tope –el accidente final no tuvo la menor importancia–, electricidad y muchísima pasión, pero no tanto de poesía y de creatividad. Coincido con dos amigos en que el pianista le podía haber sacado mayor partido a la página con unos tempi más reposados y mayor atención a los aspectos impresionistas de la escritura, que también están ahí. Ayer me escuché ocho versiones de la pieza y la de Javier me recordó a la primera de Alicia de Larrocha, que la inmensa pianista barcelonesa maduraría sensiblemente en sus dos registros posteriores.

Algo parecido a lo que ocurrió con El Albaicín se puede decir de El amor brujo. A mí me enganchó desde la primera hasta la última nota por la electricidad de su fraseo, por su vibrante temperamento y por su profundísimo sentido de lo español, pero no me terminó de convencer porque ese absoluto control de los medios de la primera mitad del programa se perdió en aras del exceso de nervio: me hubieran gustado una "Pantomima" más paladeada (¡qué excelsa música!) y una "Danza del terror" más curvilínea, más atmosférica, con más recovecos; ahora bien, en "El círculo mágico" Perianes rozó el cielo con una concentración y una capacidad para destilar magia sonora insuperables.

De propina, la excelsa Mazurca op. 17/1 de Chopin dicha con el más perfecto estilo y la más sublime poesía. Tremendo y justificadísimo éxito entre el público, y larga cola de chicos del conservatorio para pedir autógrafos y sacarse fotos. Gran noche de música.


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