sábado, 15 de abril de 2017

Dohnányi dirige Petrushka y Mandarín, un clásico

Auténtico clásico de los últimos tiempos del vinilo este disco grabado por Decca en 1977 –con añadidos de 1979 para la segunda de las obras incluidas– en el que el aún joven Christoph von Dohnányi se ponía al frente de la Filarmónica de Viena para dirigir dos ballets fundamentales del siglo XX, Petrushka y El mandarín maravilloso, este último en la versión completa. La toma la realizaron los técnicos de Decca en la Sofiensaal de la capital austríaca: sin ser comparable a las mejores de la era digital, ofrece admirable naturalidad y sabe descender al más exquisito detalle sin perder nunca la perspectiva global, es decir, sin caer en esa artificiosidad que a veces afectaba al sello británico. La excelencia del trabajo ingenieril se disfruta particularmente en la edición en SACD que han realizado los japoneses (¡lo que no consigan esto señores!) y ciertos rusos se encargan de difundir por ahí. Pero vamos a las interpretaciones.


En la obra de Stravinsky, ante todo hay que destacar el extraordinario trabajo de la batuta a la hora de trabajar colores y texturas, clarificando de manera asombrosa el genial entramado orquestal de la partitura, trabajado aquí con pinceladas finas y colores refinados, todo ello al servicio de un concepto particularmente naif de la historia que pone de relieve lo que alberga de ternura, de encanto y de poesía digamos que infantil, encariñándonos con sus personajes –no solo con Petrushka, por cierto– y haciéndonos sentir con ellos. Quizá está ahí precisamente mi único reparo: aunque esta visión es tan válida como la antagónica de Klemperer, un poquito más de picardía e incisividad no le hubiera venido nada mal. El final resulta particularmente fantasmagórico, y por ello muy atractivo.

Pasamos a Bartók. Aunque un arranque particularmente “ruidoso” –en el buen sentido- hace pensar que nos vamos a encontrar ante una interpretación expresionista, lo cierto es que el maestro ante todo vuelve a demostrar su finura de trazo y su elevadísima sensibilidad para el cuidado en las texturas, la variedad en el color y las sutilezas en el fraseo, sacando un enorme provecho de las posibilidades de la incomparable belleza sonora de la orquesta sin dejar de hacer que esta se transfome por completo para ofrecer, cuando debe, grandes dosis de aspereza e incisividad. Falta, quizá un punto de magia e inspiración en algunas frases, pero el nivel es extraordinario. La toma sonora del SACD ofrece una amplísima gama dinámica e impresionantes graves, en particular la tuba en el arranque y la secuencia del órgano. Gran disco.

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