lunes, 9 de enero de 2017

La Orquesta Joven de Andalucía en el Villamarta: sonando mejor que nunca

Se presentó el pasado sábado en el Teatro Villamarta la noche anterior lo había hecho en Málaga la Orquesta Joven de Andalucía. Desde el principio pensé que la iba a dirigir el excelente Manuel Hernández Silva, su director titular. Acudí convencido, probablemente me equivoque, de que su nombre estuvo anunciado en algún momento; es la del maestro venezolano, si no me confundo, la imagen que aparece en la web oficial del teatro jerezano y en el cartel que hay en la puerta. Pero a quien me encontré fue a Alejandro Posada (Medellín, 1965), a quien nunca había tenido la oportunidad de escuchar.

En principio me llevé un gran disgusto. Luego me di cuenta de que la elección había sido acertada. Y no porque me gustara su Quinta de Beethoven, que no me gustó: discontinuo el primer movimiento, en exceso nervioso el segundo pese a algunas hermosas frases en la cuerda, bueno el tercero, muy poco convincente la transición, y brillante antes que otra cosa el cuarto. Tampoco porque me entusiasmara su, en cualquier caso, digna Quinta de Tchaikovsky: dicha desde una óptica ortodoxa, mucho antes épica que ominosa, brillante en el buen sentido y fraseada con una apreciable cantabilidad, aunque de nuevo con un exceso de nervio que se tradujo en falta de poso, de hondura, de aliento espiritual, de esa poesía intensa y melancólica que caracteriza a la maravillosa música del autor.

Entonces, ¿por qué me pareció muy adecuada la elección del maestro colombiano? Pues porque este señor, a mi modo de ver, posee una técnica excelente, yo diría que soberbia. Ideal para ponerse al frente de una orquesta juvenil y obtener de ella el máximo rendimiento sonoro. Entiendo que el objetivo más importante de estos conciertos, que se incluyen dentro del Programa andaluz para jóvenes intérpretes, no es ofrecer grandes recreaciones de las partituras en el atril, sino foguear a los chavales haciéndoles tocar en teatros de categoría frente a públicos más o menos exigentes; enfrentarles a la tensión que supone un gran programa sinfónico, con sus correspondientes ensayos y conciertos; y hacerles sonar bien, como un verdadero equipo, con buen empaste sonoro y bajo una misma idea expresiva.

Posada logró esto último con creces. Consiguió una muy apreciable sonoridad global, con una cuerda empastadísima y unos metales que, pese a comprensibles y disculpables resbalones, no sobresalieron más de lo deseable. Hizo que los chicos siguieran en todo momento los numerosos y a veces muy discutibles cambios de tempo que marcaba su enérgica batuta, obtuvo un fraseo flexible, cantó con enorme belleza algunas frases e inyectó una enorme dosis de energía a la ejecución. Y algo no precisamente menos importante: supo hacer que todos ofreciesen riqueza de matices e intencionalidad expresiva, aunque algunos no compartamos algunos de esos matices y de esas intenciones.

A la postre, quien esto suscribe salió satisfecho del concierto. Mejor dicho: orgulloso. Orgulloso de que el nivel de nuestros jóvenes instrumentistas en Andalucía, esos mismos que luego terminan en orquestas como la de la Bayerischen Rundfunks o la Staatskapelle Berlín, sea cada vez mejor: puedo afirmar que esta OJA, al parecer renovada sustancialmente en su plantilla hace pocos meses, es la que mejor ha sonado hasta la fecha. Una propina de música latinoamericana que a mí no me hizo la menor gracia pero a la inmensa mayoría del público le encantó se convirtió en un jubiloso fin de fiesta –los chavales bailoteando y talque garantizó un aluvión de aplausos para unos músicos que lo hicieron estupendamente y a los que le deseo lo mejor.

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