domingo, 3 de abril de 2016

Preludios de Debussy por Benedetti Michelangeli

Creo que fue en 1991 o a principios de 1992 cuando El Corte Inglés, a raíz de la hegemonía del compact disc, realizó una tremenda destacalogación de sus discos de vinilo: todos a 400 pesetas. Como yo era studente e povero, encontré ahí una oportunidad de ampliar mi colección con interpretaciones que hasta entonces solo podía conseguir si las grababa de alguna emisión radiofónica. Logré así meter en mi incipiente discoteca un buen número de títulos que aún conservo con mucho cariño. Entre ellos, este Libro segundo de los Préludes de Claude Debussy que ese ser extrañísimo llamado Arturo Benedetti Michelangeli había grabado para Deutsche Grammophon en agosto de 1988, diez años después de haber hecho lo propio con el Libro primero para el mismo sello.


Fue mi primer acercamiento a este fascinante universo musical, que completé años más tarde cuando un amigo me grabó la colección completa que grabaría en 1991 Krystian Zimerman con asombrosos resultados artísticos. El disco del pianista italiano lo dejé entonces arrinconado. No hace mucho logré encontrarlo en CD por tan solo 3 euros en una tienda madrileña de segunda mano y finalmente, después de repasarme la noche de ayer sábado la interpretación de Zimerman (¡asombrosa!), he vuelto a escucharlo.

Se trata de una recreación de estilo ortodoxo y de enorme musicalidad, que sabe ser misteriosa sin llegar a lo vaporoso, atenta al detalle sin ser preciosista y sensual sin caer en languideces; se diría incluso que Benedetti Michelangeli gusta de mantener cierta sobriedad y de hacer gala de una tensión interna que le viene muy bien a esta música. Todo ello lo lleva a cabo, en cualquier caso, haciendo gala de un gran dominio de los recursos técnicos del piano y de una poderosa concentración, pero si algo caracteriza esta propuesta es su comunicatividad e inmediatez expresiva: el maestro deja bien claro que la ambigüedad y el carácter no poco inquietante de estas páginas, mucho antes conectadas con el mundo del simbolismo que con el del impresionismo pictórico, no implican que el pianista deba resultar distante en la expresión.

Total, un disco que voy a seguir admirando mucho pese a que Zimerman, en una línea bastante menos ortodoxa, iba a conseguir unos resultados aún más impresionantes. De esa grabación, y de la más reciente de Aimard, hablaré otro día.

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