viernes, 8 de abril de 2016

Bernstein con Caballé, muy bien. Bernstein dirigiendo a Boito, increíble.

En mayo de 1977, Leonard Bernstein se puso frente a la Orquesta Nacional de Francia para grabar, en la Maison de la Radio y con una soberbia toma sonora a cargo de Deutsche Grammophon, un disco dedicado a Richard Strauss que contaría con el concurso nada menos que de Montserrat Caballé, obviamente con Salomé como plato fuerte. Un morbazo, claro, ver juntos a artistas tan diferentes entre sí como el norteamericano y la catalana.


Lenny se reserva en solitario la Danza de los siete velos, que bajo su dirección conoce una lectura muy voluptuosa, de un gran sentido del color y un fuerte aroma orientalista, hasta el punto de que por momentos parece que estamos escuchando Scheherezade, sin que ello signifique renunciar a las aristas tímbricas ni a a tensión dramática de los clímax. La batuta se muestra muy flexible y creativa, incluso clarificadora de detalles que generalmente pasan inadvertidos, al tiempo que espontánea (¡perfectamente audibles los arrebatos del maestro!) y comunicativa en grado sumo.

Menos clara y menos refinada parece su labor en los diecisiete minutos finales de la ópera, pero sí que se vuelve a mostrar colorista, espontánea, teatral y de gran fuerza expresiva, con algunos detalles de gran olfato. No podía ser menos en un maestro de semejante calibre, sobre todo habida cuenta de que por esas fechas Bernstein estaba entrando en la última y más inspirada etapa de su carrera. A sus cuarenta y dos años de edad, Caballé luce un magnífico agudo y un hermosísimo centro, pero también un grave bastante pobre. Su línea es refinada y belcantista, pero eso no quiere decir que le falte garra dramática. Su encarnación de la hija de Herodías merece la pena conocerla, bien en este fragmento o en la grabación completa con Leinsdorf (la cual, dicho sea de paso, me parece muy notable pero en absoluto la referencia).

Cinco lieder de propina, sabiendo la soprano ofrecer calidez en Cäecilie, ternuna embriagadora en Wiegenlied, carácter heroico en Ich liebe dich, recogida emotividad en Morgen y brillantez bien entendida en Zueignung, defendiendo todas estas piezas con su legato supremo y su consabida capacidad para regular el sonido. Eso sí, muy difícil quitarse de la mente lo que la señora Schwarzkopf hacía en este repertorio: como ella, ninguna otra. Bernstein dirige las canciones con más vehemencia que atención al matiz.

¿Saben qué es lo mejor del disco? El complemento que le han puesto en su edición en CD: el prólogo de Mefistofele de Boito que Lenny había grabado solo un mes antes junto a la Filarmónica de Viena. La audición impacta sobremanera, pues en ella nos encontramos con un Bernstein dionisíaco en grado sumo, pero también apolíneo a más no poder cuando debe, entregado a los contrastes dinámicos extremos y haciendo gala de una fuerza visionaria asombrosa, así como de una capacidad para planificar insuperable. El resultado es arrebatador, asombroso, y desde luego increíblemente espectacular, no solo por lo que se escucha sino por cómo está grabado: pocos registros de la era analógica se habrán escuchado con semejante relieve, naturalidad, fuerza en el registro grave y gama dinámica. ¡Mucho cuidado con los vecinos, sobre todo si ustedes tienen subwoofer! Por si fuera poco el Mefistófeles propiamente dicho es Nicolai Ghiaurov, algo cansado pero certerísimo en la expresión.

No se pierdan este compacto, aunque solo sea por el Boito.

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