sábado, 11 de abril de 2015

Bělohlávek con la Filarmónica de Berlín

En la entrada anterior hablé de la clásica grabación de los conciertos para piano y violín de Arnold Schoenberg a cargo de Rafael Kubelik, prometiendo que ahora comentaría las que acaba de publicar Peral Music con Daniel Barenboim de protagonista. No cumplo mi promesa, porque aunque ya las he escuchado –adelanto que me han parecido espléndidas–, prefiero antes decir algo sobre una filmación del Concierto para piano que me ha deslumbrado. Son sus protagonistas Pierre-Laurent Aimard, Jiří Bělohlávek y la Filarmónica de Berlín, correspondiendo a un concierto celebrado en la Philharmonie de la capital alemana el 24 de abril de 2010 que se puede visualizar a través de la Digital Concert Hall abonándose a la referida plataforma –cosa que les recomiendo– o pagando por este programa concreto.

Belohlavek

Pierre-Laurent Aimard deslumbra con un sonido variadísimo, de lo muy percutivo y poderoso a lo extremadamente sutil, llenando su parte de vehemencia sin perder el absoluto control de los medios y mostrando una enorme capacidad resultar mágico, sugestivo y poético. No sé si Barenboim lo hace igual de bien –tengo que escuchar las dos interpretaciones otra vez, una detrás de la otra–, pero lo que sí tengo claro es que la aproximación del pianista francés me gusta más que la de Brendel, por ser más rica en su enfoque –Aimard sí que se atreve a meterle caña al piano cuando hace falta– y más apasionada; también me parece superior a la de Uchida, en cualquier caso magnífica en su registro junto a Pierre Boulez realizado para Philips en 2000.

Bělohlávek no se queda atrás. Sin poseer la formidable capacidad de análisis del citado Boulez, el maestro checo ofrece una recreación no solo intensa, visceral cuando debe y de una gran inmediatez expresiva, sino también muy rica en el color, sensual y llena de apasionamiento digamos que “romántico”, atendiendo a todos los posibles pliegues de la partitura. Ni que decir tiene que la portentosa musicalidad de los solistas berlineses, que tocan con más intencionalidad aún que los de las orquestas de Múnich –con Kubelik–, de Cleveland y de Viena –en ambos casos con Boulez–, hacen mucho por elevar el nivel de esta interpretación a lo más alto. Difícil es concebir una lectura más intensa y arrolladora: se acabó lo de Schoenberg como compositor cerebral.


Hay más, claro. El programa berlinés en cuestión se había abierto con una suite sinfónica de esa formidable música que es De la casa de los muertos, de Janáček. Aquí Bělohlávek  se mueve como pez en el agua, claro, ofreciendo una interpretación muy vehemente, cálida y llena de pasión pero también muy controlada, dicha con el lenguaje rústico, incisivo y lleno de asperezas que le conviene al autor, pero sin renunciar a la suntuosidad sonora de la formidable orquesta. ¿Algún reparo? Un poco más de claridad no le hubiera venido mal, la verdad.

Cuarta sinfonía de Brahms en la segunda parte del programa. Interpretación de apreciable nivel, ya que no creativa ni particularmente matizada, en la que el fogoso Bělohlávek se decanta decididamente por los aspectos más encendidos y dramáticos de la partitura –también en el segundo movimiento, antes escarpado que reflexivo u otoñal– sin dejar de frasear con cantabilidad y holgura ni de ofrecer la sonoridad cálida y densa que exige la música del autor; la Filarmónica de Berlín, tratada por el maestro con el punto de rusticidad que a él le gusta, resulta de lo más adecuada.

Ahora bien, hubiera sido conveniente que junto a tanta inflamación –poderosísimo, lleno de empuje el tercer movimiento, implacable en su dramatismo el cuarto– se hubiese indagado también en el lirismo al mismo tiempo sensual y doliente que alberga la página, así como en sus sugerentes posibilidades atmosféricas. En este sentido resulta inevitable la comparación con lo que en 2013 consiguió Andris Nelsons frente a la misma orquesta: sencillamente, una de las más grandes lecturas –con permiso de Carlo Maria Giulini– que se han comercializado de la magistral sinfonía. Pero esa es otra historia.

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