Mejor aún me lo he pasado escuchando la pista con la banda sonora aislada, también mucho más audible aquí que en el doble vinilo que circuló por España (la ediciones completas en compacto de los sellos Rihno y Film Score Monthly, al parecer muy superior en lo técnico la segunda frente a la primera, no las conozco). Fue esta una de las primeras grabaciones de música de cine que escuché en mi vida, porque mi padre tenía un ejemplar y había otro en casa de mis abuelos maternos, que es donde yo pasaba cuando era pequeño buena parte del día. Esta banda sonora forma parte, por tanto, del comienzo de mi afición por la música cinematográfica, y seguramente son muchos otros los melómanos que están en deuda con ella. Pero es que además, escuchada con la perspectiva que da el paso del tiempo, la partitura de John Williams –cuarenta y dos años contaba entonces el neoyorquino- ha reverdecido sus laureles: además de ser, junto con Star Wars del propio Williams, la banda sonora que abrió paso al sinfonismo cinematográfico –presuntamente retro, en realidad altamente renovador– de los años ochenta, ofrece un verdadero despliegue de inspiración musical.
Inspiración diríamos que en tres sentidos. El principal de ellos, el melódico. La famosa marcha principal, inspirada en la suya propia para Star Wars pero añadiendo un fuerte aroma a banda de música, a “desfile triunfal norteamericano”, lo que en cierto modo no deja de ser apropiado, pasó por derecho propio a la cultura popular del último cuarto del siglo XX, y ahí sigue estando a día de hoy. Los temas dedicados al planeta Kripton está lleno de sugerencias, el de la familia terrestre del protagonista rebosa nobleza “norteamericana” y el de los malvados destila una socarronería muy en línea con el tono cómico de Gene Hackman y Ned Beatty. Por encima de todos destaca el tema de amor, uno de los más bellos compuestos (¡y no son pocos!) por John Williams, a despecho de que el proyecto de que lo cantara Margot Kidder –con texto de Leslie Bricusse– en la escena del vuelo no se llevara finalmente a cabo, sino con un mero recitado. Aquí tienen la secuencia en todo su esplendor musical.
Por otro lado está la inspiración tímbrica: la paleta de colores aquí desplegada por Williams y su orquestador Herbert Spencer, puesta en sonido por una Sinfónica de Londres que siempre se ha sentido muy a gusto con el neoyorquino, ofrece una riqueza asombrosa incluso para un oyente de hoy. El sentido de las texturas es exquisito, sobre todo en los pasajes evanescentes relacionados con Krypton y con las apariciones virtuales de Jor-El a su hijo. Los sintetizadores, utilizados de manera sutil, enriquecen la paleta aún más, y lo mismo hace un coro que ya estaba presente en algunas obras anteriores de Williams como Family Plot/La trama –para Hitchcock– y, por descontado, Encuentros en la tercera fase. A decir verdad, pocas veces se ha currado tanto Williams la orquestación en partituras posteriores.
Finalmente, la inspiración es suprema en lo que a la integración con la imagen se refiere: la sincronía –muy “a la antigua usanza”, subrayando todos los acontecimientos– está francamente conseguida, mientras el uso del leitmotiv es tan abundante como inteligente, pues más resultar obvio, aporta una nueva dimensión a la imagen. Es lo que ocurre, por ejemplo, en la escena final en la que Supermán (reconozcámoslo, una memez del guión) gira la tierra en sentido contrario para hacer retroceder el tiempo y resucitar así a Lois Lane: el uso del tema de amor deja bien claro cuál es la motivación que mueve al héroe. Por no hablar de la idea de asociar al personaje con un sencillo motivo de tres notas que no es sino la onomatopéyica transcripción musical de la pronunciación inglesa del nombre del protagonista: Sú-per-man (taaá-ta-taa).
Párrafo aparte se merecen las múltiples referencias, inspiraciones, intertextualizaciones o como se les quiera llamar –yo nunca diría que “plagios”– que realiza un Williams que, como director de orquesta profesional que es, conoce perfectamente el repertorio clásico. Aquí no hay mucho de Stravinsky ni de Ligeti, que son dos de sus fuentes más habituales, pero sí están las otras dos: Copland, directamente homenajeado en las secuencias de la adolescencia del protagonista en las llanuras estadounidenses, y su admiradísimo Prokofiev, este último clara inspiración para la “marcha de los villanos”. Hay también un poquito de Ravel por ahí (Daphnis para las secuencias más o menos oníricas), y una deuda más en la que yo desde luego no había reparado hasta que lo he leído en la Wikipedia: tema principal de Krypton está sacado de la marcha de Los pinos de Roma, de Respighi.
Lo dicho: escuchar la pista sonora aislada resulta todo un placer tanto desde el punto de vista meramente musical (sí: esta es música de mucha calidad, por más que algunos se empeñen en lo contrario) como desde el de la integración de partitura e imagen. Por si fuera poco, se han recuperado de la anterior edición en DVD, con notable sonido pentafónico, los 35 minutos adicionales de música grabada por Williams y la London Symphony en las sesiones originales de septiembre, octubre y noviembre de 1978, con descartes y propuestas alternativas más la versión pop (de nuevo recitada, no cantada) del tema de amor que se incluía en su momento en el doble elepé arriba citado, y que a mí siempre me chocó un tanto: única concesión setentera a una banda sonora claramente ochentera, aunque sea del 78. Por cierto, si les gusta Shirley Bassey –a mí me encanta–, no dejen de escuchar la canción en el video que he puesto arriba.
Hay una pega: aunque se beneficie del sonido surround, la toma sonora realizada por el prestigioso –y a mi entender sobrevalorado– Eric Tomlison está poco conseguida en lo que a equilibrio de planos se refiere, y se ve limitada por gama dinámica mejorable. Por eso mismo me ha resultado interesante escuchar después –obviamente las audiciones las he repartido en varios días, como también la redacción de esta entrada– el doble compacto editado por el sello Varèse Sarabande con una regrabación a cargo del compositor y director John Debney y la Royal Scottish National Orchestra. Técnicamente no está a la altura de lo mejor de hoy día, pero suena de manera más satisfactoria que el original y permite apreciar mejor determinados aspectos de la música, si bien alguno de ellos han sido alterados por los “reorquestadores”, toda vez que las partituras originales se han perdido: dista de convencer que la aparición del tema de amor en la marcha no se realice en las maderas sino en los metales.
En cuanto a la labor de batuta, Debney dirige globalmente muy bien, pero me parece que el original de Williams es superior tanto en brillantez como en refinamiento sonoro, además de poseer más vitalidad en la excelente secuencia –de nuevo, Prokofiev puro– en el que el joven Clark Kent salta por encima de un tren. Falta, además, bastante música de la escrita por Williams para la película, aunque sí se incluye la versión de concierto de la marcha de los villanos que estaba en el elepé original pero no han puesto como apéndice en el Blu-ray. Lástima.
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