miércoles, 30 de marzo de 2011

Bernstein y Abbado frente a la Quinta de Mahler: lo dionisíaco y lo apolíneo

Cada vez que tengo previsto ir a un concierto procuro escuchar varias versiones discográficas de las obras para sacarle mayor partido a la actuación. Esta vez le ha tocado a la Quinta de Mahler, que Josep Pons interpreta el próximo fin de semana al frente de la ONE, volviendo a ver -en un mismo día, que es como las comparaciones salen mejor- dos DVDs que conocía hace tiempo, el de Bernstein con la Filarmónica de Viena registrado por Unitel en 1972 y editado por DG, y el de Claudio Abbado al frente de la Orquesta del Festival de Lucerna filmado en 2004 y presentado por Euroarts. Recomendaría vivamente hacer esta misma comparativa a los melómanos que estén empezando a adentrarse en el fascinante mundo de la interpretación, toda vez que nos encontramos ante dos ejemplos emblemáticos de posiciones extremas ante una partitura, las que un tanto tópicamente pero de manera eficaz habitualmente etiquetamos con los rótulos de "lo dionisíaco" y "lo apolíneo".



El director milanés nos ofrece la visión apolínea, esto es, obsesionada por la belleza y la perfección sonoras por encima de las circunstancias expresivas, y la materializa haciendo gala de su insuperable técnica de batuta. La arquitectura se encuentra estudiadísima, consiguiendo una extrema claridad y llevando el pulso con absoluta firmeza, sin que haya lugar para el arrebato o la languidez. El colorido resulta riquísimo, sin renunciar a la estridencia pero tampoco acentuándola, mientras que las texturas están tratadas de manera soberbia. La cuerda suena extraordinariamente pulida, con ese punto de ingravidez que tanto le gusta al Abbado reciente y que a algunos nos resulta excesivo. Y las explosiones sonoras, para terminar, son tan imponentes como inaudibles los pianísimos. En este sentido, la excepcional toma sonora en DTS, transparente como pocas y de una gama dinámica diríase que infinita, contribuye en gran medida a que abramos la boca ante el espectáculo sonoro propuesto por Abbado.

El problema es que semejante lectura desprende una clara sensación de frialdad. Los dos primeros movimientos, como ocurría ya en su excepcional registro con la Sinfónica de Chicago de 1980 (a mi entender muy superior a este) resultan distantes, más que austeros. El tercero es luminoso, elegante y distinguido, quizá en exceso: esta música parece pedir un enfoque más rústico y sensual. Frio y estático el celebérrimo Adagietto: la ausencia de pathos llega a agradecerse ante una página en muchos casos interpretada con dulzonería, en la que Abbado sabe no caer a pesar de la abundancia de portamenti. El quinto movimiento, de nuevo, ofrece más elegancia que compromiso expresivo, pero el virtuosismo de la batuta y el buen hacer de la orquesta se terminan imponiendo.



Leonard Bernstein se mueve en otro universo muy distinto. Es la suya la interpretación dionisíaca, teatral y extrovertida por excelencia. Su fuerza y su sinceridad son arrolladoras, como también lo es su manera de gozar del despliegue de ritmos y colores sin caer en el mero hedonismo, aunque al mismo tiempo hay que reconocer que con tanto fuego en más de un momento está a punto de precipitarse, y que pese al excepcional rendimiento de la Filarmónica de Viena, a la hace que sonar indistintamente dulce y aristada, no se ofrece una arquitectura tan clara y bien trazada como la de Abbado. Sea como fuere, los resultados son arrebatadores.

Así las cosas, y tras una trompeta que arranca de manera extrañamente tímida, en los dos primeros movimientos Bernstein transforma a la orquesta en un auténtico volcán en erupción con una lectura que sabe ser poderosa y rebelde al mismo tiempo, y que por momentos se encuentra al borde del frenesí. El scherzo está lleno de entusiasmo, y en él el norteamericano sí sabe inyectar la dosis de sabor popular y de rusticidad sonora que tan bien le sienta y que Abbado había obviado; por eso mismo los portamenti, que son aquí abundantes, no le resultan cursis al creador de West Side Story. El Adagietto, voluptuoso y romántico pero no dulzón, es de una fuerza expresiva arrolladora: la pasión más intensa sustituye aquí al carácter contemplativo y decadente con que muchos lo miran por culpa de Luchino Visconti. El Rondo Finale, jubiloso a más no poder, se transforma con Bernstein en una orgía sonora perfectamente controlada, auque podamos echar de menos la manera en que Abbado desmenuzada el entramado orquestal.

¿Existe alguna interpretación que sume a las virtudes de esta última la capacidad analítica, el dominio de las texturas y la transparencia de un Abbado? Pues sí: la muy creativa, paladeada y voluptuosa que el propio Bernstein ofreció en la Alte Oper de Frankfort en 1987 junto a la misma Filarmónica de Viena, inmortalizada por los micrófonos de Deutsche Grammophon con portentosa toma sonora. He vuelto a disfrutarla, después de estas dos, y confirmo que se trata de mi interpretación favorita de la partitura, además de una de las cosas más geniales que le he escuchado nunca al inolvidable director norteamericano.

8 comentarios:

bruckner13 dijo...

Aquí sí coincidimos: esa Quinta digital de Lenny es insuperable. No he escuchado otra que se le acerque, ni por calidad de la orquesta, ni por resultados artísticos ni por toma sonora. Es que lo tiene todo.

Eugenio Murcia dijo...

¿Qué tal la obra de Rota? El Valzer del commiato es bellísimo, Muti lo hace genial.

Fernando López Vargas-Machuca dijo...

El vals es bellísimo, sí, y Muti lo dirige maravillosamente. Por desgracia Josep Pons destroza la música de Rota en el disco que grabó para Harmonia Mundi. Por ello no tengo muchas esperanzas con respecto al concierto de este fin de semana (tengo entrada para la función del domingo), aunque siempre está bien escuchar esta música en directo, ¿no?

gonzalo (madrid) dijo...

Que opinas de Boulez o Bertini o Inbal interpretando a GM? Gracias

Fernando López Vargas-Machuca dijo...

Ante todo, Gonzalo, perdón por el retraso en contestar.

Bertini es un maestro al que apenas le he seguido la pista, lo siento mucho. Repaso mi lista y descubro que de él, en los últimos años al menos, solo he escuchado una Consagració de la Primavera.

A Inbal sí lo conozco mejor, pero de su Mahler solo conozco una Quinta, en video, que me pareció, copio mis anotaciones, "bastante superficial, y con tendencia a la blandura y al amaneramiento".

En cuanto a Boulez... No sé. Tengo la impresión de que su Mahler ha mejorado mucho con el tiempo. Su Séptima con Cleveland, de 1994, me pareció aburridísima, pero retransmisiones radiofónicas recientes con la misma obra demuestran que ahora le sale mucho mejor.

Sus dos versiones de la Segunda, la de Viena y la de la Staatskapelle de Berlín, me gustan bastante, aunque la línea "objetiva" que practica no sea ni mucho menos mi preferida. Su Tercera con Viena está muy bien, aunque me gusta más la interpretación radiofónica con la citada orquesta berlinesa, que me parece sencillamente sensacional, extraordinaria, irrepetible. Su Cuarta me resulta un rollo. Su Sexta es impresionante, y además tuve la suerte de escuchársela en vivo en mi primera visita a La Scala. La Novena (me refiero siempre al ciclo DG) está muy bien como análisis de la partitura, aunque el resultado me deje frío.

Primera, Quinta, Octava y La Canción de la Tierra no se las he escuchado. Y el reciente disco de Lieder, pues no me gusta como está dirigido: de nuevo el tópico de la frialdad resulta adecuado.

Pues eso, que no sé muy bien si me gusta o no el Mahler de Boulez así en líneas generales, porque lo veo bastante irregular. Un saludo.

Eugenio Murcia dijo...

A mi el Mahler de Bertini me gusta más que el de Inbal y que el de Boulez. Por cierto, Bertini tiene una gran versión de la mejor ópera de Prokofiev, "Guerra y paz".

Fernando López Vargas-Machuca dijo...

La verdad es que, siendo yo un gran amante de Prokofiev, Guerra y Paz me parece un poquito pesada...

Eugenio Murcia dijo...

Quizá es demasiado larga, pero la primera parte tiene momentos geniales, como el baile.

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