lunes, 16 de noviembre de 2009

La Italiana en Argel del Real

Sí, ya sé que me prometí a mí mismo no volver a escuchar ninguna función de ópera dirigida por Jesús López Cobos. También que no volvería a soportar a Miquel Ortega en el foso. Ya caí en la trampa con el Macbeth dirigido por este último en el Villamarta, y ahora he vuelto a hacerlo con La Italiana en Argel que ha ofrecido el Teatro Real. Pero es que me gusta tanto el título rossiniano que me ha sido imposible resistirme. Así que si me aburrí un tanto la culpa fue mía, porque sabía lo que me podía encontrar.


Y eso que este Rossini no ha sido ni mucho menos de lo peor que ha ofrecido en Madrid el maestro zamorano. La claridad fue muy notable, los crescendi estuvieron bien resueltos, no hubo la menor caída en la precipitación ni en el barullo (¡gran peligro de esta partitura!), el fraseo estuvo matizado y se ofreció más de un detalle de gran clase. Pero claro, interpretar con semejante blandura, con tanta timidez expresiva -por no decir mojigatería- una partitura que rebosa vida, luminosidad y sentido del humor, no resulta precisamente de recibo.

En la orquesta, además, hubo resbalones muy considerables, y si bien algunos solistas hicieron gala de una excelsa musicalidad, el sonido global está muy lejos del virtuosismo y el refinamiento que demanda la muy exigente escritura rossiniana. Al Coro de la Comunidad de Madrid lo encontré regular.

Ha habido mucha polémica entre los aficionados en torno a la labor de los cantantes del primer reparto. Yo estuve en la función del viernes 13 de noviembre y no terminé insatisfecho en este sentido. Vesselina Kasarova puede que no esté en su mejor momento vocal, y ciertamente posee -siempre ha poseído- un registro grave muy artificial cuya heterodoxia pone los pelos de punta a más de uno. Es sin embargo una artista que recrea con temperamento a sus personajes y que, en el caso concreto de Rossini, domina el estilo. Me gustó mucho en todo el primer acto, en el que en general resolvió bien las agilidades, no me convenció en un "Per lui che adoro" toscamente cantado y la encontré afortunada, pese a evidentes desigualdades canoras, en la tremenda "Pensa alla patria", cuyo da capo ornamentó con exuberancia no reñida con la sensatez.


Michele Pertusi, ya visiblemente gastado, tuvo problemas con la coloratura, pero personalmente no me importó demasiado en semejante personaje, que ante todo demanda a un cantante que sepa ser divertido sin caer en la más grotesca bufonería: el bajo italiano lo consiguió, y por eso no me dejó del todo insatisfecho.

Valorar al tenor Maxim Mironov me resulta mucho más complicado: su timbre es bello, las agilidades las resuelve muy bien, posee un legato de primera y no chilla en los agudos, pero... ¡Qué voz más pequeña e insignificante! Yo pensé que ya se habían acabado los tenores tipo Matteuzzi. Como además el joven cantante ruso canta en plan blandito, el resultado termina siendo de una virilidad más bien dudosa. No sé, no sé...

Lo que sí sé es que Carlos Chausson es el mejor bajo bufo que conozco. Estuvo feísimo lo que le hizo Emilio Sagi hace años en el Barbero con Flórez, relegándole al segundo reparto mientras que en el primero -y en el DVD, claro- un amiguete suyo llamado Bruno Praticó hacía una exhibición de pésimo canto y lamentable sentido del humor. Menos mal que la nueva (y saliente) dirección del teatro le ha dado esta oportunidad para demostrar que pese a haber perdido un tanto de riqueza tímbrica, lo humorístico no está en absoluto reñido con la ortodoxia canora y con el respeto al estilo. Además es un actorazo como la copa de un pino.

Regular la Elvira de Davinia Rodríguez: la chica no canta mal, pero la dureza de su sobreagudo perjudica seriamente a este personaje. Me pareció correcto Borja Quiza como Haly, y bastante menos Angélica Mansilla (reciente Angelina en el Villamarta) en el rol de Zulma.


La escena de Joan Font respondió punto por punto a lo que podíamos esperar del director de Els Comediants: tono eminentemente naif, sensatez, buen gusto y, sobre todo, mucha imaginación. Pero esta vez, ay, hubo una inyección adicional de melancolía que, sin parecer en principio un disparate en La Italiana, no termina de casar del todo bien en una obra que ante todo demanda chispa, vitalidad y un sano sentido de la ironía. Y en este sentido propuesta de Font se quedó algo corta. Habida cuenta de que la batuta evidenciaba similar falta de "descaro" y que los cantantes -salvo Chausson- se quedaron un poco a mitad de camino, el resultado es que esta función terminó siendo un tanto... ¿aburrida? Sí, esa es la palabra.

Ah, magnífica la conferencia previa de José Luis Téllez, que atrajo a más público aún que la de Lulu. Y es que los aficionados tenemos ganas de aprender. Mientras siga así la cosa, no todo está perdido.

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