sábado, 22 de noviembre de 2008

Sabine Meyer en Jerez: Che bella gioventù...

Lo más grande del concierto de ayer 21 de noviembre en el Villamarta no fue la posibilidad de escuchar dos obras maestras absolutas de la música de cámara, los Quintetos con clarinete de Mozart y Brahms respectivamente. Ni asombrarse por el sonido compacto, robusto y muy empastado del Cuarteto Carmina, una virtud con la que tienen mucho que ver un estupendo segundo violín y una impresionante viola, por encima de un primer violín con vacilaciones técnicas y de un violonchelo apasionado hasta el desbordamiento.

Tampoco lo fue disfrutar con el sonido hermosísimo, la respiración increíblemente bien controlada y la extrema sensibilidad de Sabine Meyer, tan adecuada para la genial partitura mozartiana. Ni caer rendido ante los pies de su hermano Wolfgang Meyer, un clarinetista no menos impresionante que recreó ese monumento a la belleza erigido por Brahms, respaldado por un cuarteto muy sabio a la hora de planificar las tensiones internas, con una fuerza expresiva y una sinceridad desarmante.

No. Lo más grande estuvo a la salida, en la puerta de artistas, y fue ver las caras radiantes de treinta o cuarenta jóvenes estudiantes de clarinete, procedentes de puntos como Sevilla, Huelva, Granada y Ciudad Real, al ver en persona a su diosa Sabine Meyer, poder acercarse a ella, dedicarle dos palabras de admiración, pedir un autógrafo y sacarse una foto. La clarinetista, armada de paciencia y con muy buenas maneras, atendió uno por uno a los chavales en mitad de la calle. Parece que todos, empezando por los artistas, se volvieron a su casa contentísimos. Cosas como ésta son las que hacen albergar esperanzas sobre el futuro de la afición a la música en España, y valen mil veces más que cien funciones de ópera o de conciertos sinfónicos repletas de matrimonios mayores completamente ajenos a lo que allí se escucha.

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