Este fin de semana Jordi Savall pone en riesgo su vida: enfrentarse a los muy fieros Berliner Phiharmoniker para hacer, entre otras cosas, Don Juan de Gluck. ¿Se lo comerán vivo, habida cuenta de que la técnica de batuta del de Igualada, a todas luces enorme músico, dista de ser excepcional? Mientras hacemos nuestras apuestas, podemos hacer un repaso sobre la escasa discografía de esta apasionante partitura.
Ojo con el asunto de las ediciones. La versión original se estrenó en el Burgtheater de Viena y constaba solo de unos pocos números, justo los que coreografió y bailó Gasparo Angiolini en aquel 17 de octubre de 1761: reparen en que nos hallamos un año por delante del estreno de Orfeo y Eurídice. Con el paso del tiempo se fueron añadiendo números al núcleo original hasta duplicar la duración del evento y acercarse a los tres cuartos de hora, perdiendo sobre la marcha concisión y enriqueciéndose con músicas más decorativas que alejaron la acción dramática de la idea inicial de prescindir de todo aquello que resultara superfluo. Esto es, lo mismo que le sucederé a la citada ópera llegue a su versión de París.
En cuando a la cuestión interpretativa, tengo claro que prefiero a Gluck con un director historicista que con otro tradicional, aunque en lo que a los instrumentos se refiere guardo mis dudas.
1. Moralt/Sinfónica de Viena
(Westminster, 1950?). Rudolf Moralt conocía a la perfección la tradición
vienesa, pero obviamente esta era la que había llegado a 1940 –fecha en la que su
batuta pasa a la Staatsoper–, lo que significa que su manera de abordar este
repertorio se encuentra excesivamente deformada por el paso del tiempo. De ahí
que encontremos números sonados de manera más masiva de la cuenta, expuestos
sin suficiente agilidad ni impulso rítmico, y desde luego no muy atentos a la
teatralidad que demanda la partitura, junto a otros cargados de energía bien
controlada o paladeados con admirable delectación melódica. Siempre, en
cualquier caso, muy bien expuestos y sonados de manera impecable por una
orquesta que ya evidenciaba espléndido nivel. Lo menos bueno es el clave, más
bien monótono. Que yo sepa, no ha pasado a compacto: solo se puede escuchar en
esta transferencia realizada a YouTube. (7)
2. Marriner/Academy of St. Martin in the Fields (Decca, 1967). Mucho más ajustada estilísticamente que la de Moralt, esta interpretación tuvo suerte de contar con una orquesta de tamaño ajustado y depuración sonora excepcional, y especialmente con un maestro capacitado de manera especial para este repertorio. Marriner ofreció un clasicismo diáfano, de enorme elegancia y cantabilidad, pero -mucho ojo- no aéreo ni en exceso grácil, sino bien tensado y con su punto justo de músculo. Eso sí, siempre desde una óptica expresiva en la que se evidencia cierto espíritu rococó en su atención a la sensualidad, a la chispa e incluso a la frivolidad bien entendida, como también al alejamiento de los grandes claroscuros y de cualquier tipo de aspereza. El clave ha envejecido mal: imaginativo pero en exceso coqueto, muy en la línea de lo que se hacía con este instrumento en las agrupaciones británica de los sesenta y setenta. Da un poco de pena saber que el responsable es nada menos que Simon Preston. Si no fuera por él, la versión se llevaría más "nota". La toma necesita un nuevo reprocesado. (8)
3. Gardiner/English Baroque Soloist (Erato, 1981). Los tempi son muy parecidos a los de Marriner (44:32 frente a los 45:16 de su colega), pero el concepto es muy distinto. No es solo la utilización de instrumentos originales, de sonoridad adecuadamente rústica, sino la adopción de un fraseo mucho más incisivo en el que la atención no se centra ya en los aspectos melódicos de la música, sino en los puramente rítmicos, lo que tratándose de un ballet no es ningún disparate. Por lo demás, el relativamente joven Gardiner -iba a cumplir los treinta y ocho- aporta una dosis importante de fuerza, garra y tensión al tiempo que apuesta por esa severidad digamos que neoclásica que siempre ha caracterizado su acercamiento a este repertorio. La verdad, se hubiera agradecido menor rigidez y algo más de sensualidad y vuelo lírico en esta irregular interpretación que culmina, como no, en un descenso a los infiernos estremecedor. (8)
5. Noseda/Orquesta desconocida (YouTube). Selección de veinticuatro minutos extraídos de la versión larga –se omiten secuencias como la muerte del Comendador, la primera aparición de la estatua y el fandango– en la que el irregular Gianandrea Noseda se muestra no solo voluntarioso, sino también inspirado, apostando por una lectura tradicional y equilibrada, no muy coqueta pero tampoco severa, menos aún dramática. Resulta más bien soleada, cálida, vitalista y con su punto de sal y pimienta, sonada con agilidad sin renunciar a un punto adecuado de músculo, aunque también sabe apostar por un rico clave al continuo y por el sentido del ritmo. Se escucha con placer. (8)
6. Antonini/Il Giardino Armónico (Alpha, 2013). Giovanni Antonini es el primero y hasta ahora único que se decide a grabar la versión original de 1761, interesantísima por resultar mucho más escueta y centrada en el drama. Lógicamente, tratándose de quien se trata, la manera de tratar a la partitura incorpora todo ese nervio, esa agilidad felina, esa garra y esa imaginación desbordante que desprenden sus interpretaciones del repertorio barroco. Es la suya, por tanto, una mirada realizada desde el exceso, a todas luces discutible; pero también una mirada reveladora en la tímbrica, en el fraseo y en los efectos teatrales que redescubre literalmente la partitura para decirnos muchísimas cosas nuevas sobre ella al tiempo que –era inevitable– olvidamos otras que no son menos interesantes. Al final, la audición es toda una experiencia. Rico clave al continuo, y excelente idea la incorporación de castañuelas en el fandango. Aplausos para los ingenieros de los estudios Teldex. (8)
7. Antonini/Il Giardino Armónico (YouTube, 2014). Repetición de la jugada, esta vez sin castañuelas, y nada menos que en Palacio de Esterházy. Lástima que imagen y sonido anden desincronizados, porque la interpretación vuelve a ser tan discutible como reveladora. (8)
8. Savall/Le Concert des Nations (Alia Vox, 2022). El maestro de Igualada se decide por la versión larga de treinta y dos movimientos, que interpreta con rapidez (42:44), sentido teatral y mucha energía, pero también tomando una decisión sumamente arriesgada: además del habitual clave al continuo, en este caso un formidabilísimo Luca Guglielmi, incorpora a un exuberante Josep María Martí a la guitarra y el chitarrone. El sabor meridional está ahí, pero a mí me parece que esta música así no funciona: a veces suena emborronada, y en el caso de la fundamental bajada a los infiernos incluso llega a perderse de vista a la cuerda, sepultada por metales y continuo. Tampoco es que la orquesta sea muy allá, ni que tenga a su frente a un director realmente experimentado en lo sinfónico: la manera en que Savall la modela es más bien primaria, a base de contrastes toscos y acentos poco sutiles, oscilando entre la bronquedad y cierto carácter frívolo sin detenerse mucho a extraer el potencial poético de la música. Eso sí, hay excelentes detalles tímbricos –el tratamiento de los pizzicati, por ejemplo– y una sana rusticidad que le sienta bien a la música. Veremos qué hace poniéndose al frente de la Filarmónica de Berlín. (7)




