viernes, 25 de marzo de 2022

Pelléas et Mélisande por Karajan: un disco para la historia

Ilusionadísimo ante la posibilidad de ver Pelléas et Mélisande en directo en el Maestranza, he querido escuchar alguna interpretación que no conocía. La de Dutoit, por ejemplo, de la que se hablan maravillas. O la de recién aparecida Roth, por puro morbo: de ese director mediocre y pretencioso espero poca cosa. Al final he caído en la tentación de volver a la de Herbert von Karajan y la Filarmónica de Berlín grabada por EMI en diciembre de 1978, que para algo es una de mis grabaciones de ópera favoritas.


Lo curioso es que el de Salzburgo nunca me convenció del todo en sus aproximaciones al repertorio impresionista; a veces, incluso, me defraudó de maneta considerable, por culpa de ese narcisismo sonoro que ya le conocemos. Pero aquí dio la campanada. Por descontado, la exhibición de virtuosismo es de esas que hacen historia. Basta con esta grabación para considerar a Karajan como uno de los directores con más técnica que han existido. Lo importante es que, detrás de todo eso, no hay solo exhibicionismo. Hay mucha, muchísima inspiración poética, como también un altísimo grado de emoción. En este sentido, el maestro consigue la cuadratura del círculo: su visión no es teatral sino abstracta (“sinfónica”, dicen algunos despistados), y por ende absolutamente moderna, pero la emotividad se siente a flor de piel.

Otra cosa es el tratamiento de la orquesta. Hay músculo, y también una considerable densidad sonora que apartan esta visión de otras mucho más aéreas. En este sentido, no es la de Karajan una interpretación ortodoxa si aceptamos los tópicos de “lo francés”: como expliqué en la entrada anterior, Rattle con la misma orquesta sí que consigue ese punto de levedad tan particular. Ahora bien, la vaporosidad de las texturas, lo curvilíneo de la pincelada, el colorido altamente sensual, la vibración de la atmósfera que caracterizan al repertorio impresionista están conseguidos de manera incomparable, y eso es fundamental para subrayar la modernidad de la escritura: cierto es que Karajan mira a Parsifal, pero no lo hace para “germanizar” a Claude Debussy, sino para seguir el sendero hacia la abstracción que abrió el compositor alemán en su título postrero.

No menos relevante en este registro es la plena consecución del particularísimo sentido del misterio que necesita toda obra simbolista. Pelléas et Mélisande lo es en grado sumo, lo que significa que aproximaciones más secas en lo sonoro, menos cargadas de atmósfera, de plasticidad y de tensión armónica, no harán plena justicia a la partitura. El acierto de Karajan es pleno. ¡Y qué decir de su concepción del discurso musical con pleno sentido orgánico, como si de un único y gran fresco se tratara! Se podrán preferir aproximaciones más teatrales, también más nerviosas y de mayor inmediatez expresiva, pero esta realización es verdaderamente mágica.

La habitual tendencia a la melancolía de Frederica von Stade es aquí virtud: su Mélisande resulta ideal en la expresión, como lo son su dicción sensualísima, su vaporosa línea de canto y la riqueza de armónicos de su instrumento. Richard Stilwell, voz sin especial personalidad, compone un Pelléas viril, sin languideces, muy en su sitio. A mi adorado José van Dam le pongo una pega: su Golaud, tan noble y tan exquisito en su fraseo, no recoge del todo bien la faceta un tanto primaria del personaje. En cualquier caso, su evolución psicológica está bien planteada, sabe ser violento cuando debe y resulta conmovedor –era de esperar– en todo el acto final. En cuanto a estilo y belleza vocal, insuperables. Nadine Denize está muy bien como Geneviève, mientras que Christine Barbaux hace un Yniold maravilloso. La sorpresa viene por parte de Ruggero Raimondi, un prodigio de humanismo, sutileza expresiva y emotividad como Arkel.

El productor Michel Glotz y el ingeniero Wolfgang Gülich estuvieron muy al servicio de Karajan y otorgaron protagonismo a la orquesta, pero lo hicieron con excelencia técnica, equilibrando muy bien los planos sonoros y grabando a volumen muy bajo para recoger (¡y bien que lograron!) esa extensísima gama dinámica que le gustaba al de Salzburgo, desde el sutilísimo suspiro hasta el fortísimo más impactante. ¿Se echa de menos algo? Sí: sería bienvenida una nueva remasterización a 192 kHz.

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