jueves, 13 de febrero de 2025

Daniil Trifonov en el Maestranza: dos (o tres) pianistas distintos

Antes de empezar, perdón a los lectores habituales por las escasas actualizaciones del blog y por no haber contestado a los últimos comentarios. No encuentro tiempo para casi nada. Dicho esto, vamos allá.

Confieso mi absoluto desconcierto ante la figura de Daniil Trifonov. Por un lado tenemos al artista capaz de diseñar el programa Johann Sebastian Bach disponible en la plataforma Stage +: enorme densidad intelectual, extrema exigencia para artista y público y resolución por competo magistral. En este enlace pueden leer la reveladora crítica escrita por Luis Gago en la ocasión en que tuvo la oportunidad de ofrecerlo en Madrid. Por otro, está el señor empeñado en demostrar que es capaz de alcanzar una velocidad extrema sin perder limpieza digital, aunque sea a costa de pasar como una apisonadora por encima de la música e incluso de frasear de manera mecánica. Dos pianistas en uno, o incluso tres. En el recital de anoche en el Teatro de la Maestranza quedó bastante claro: en el que lo interesante, lo olvidable y lo genial se fueron sucediendo como si tal cosa.

De la juvenil Sonata para piano, op.80 de Tchaikovsky presenté hace unos días una discografía comparada. Lamento decir que la versión de Trifonov me ha gustado menos que las siete reseñadas, fundamente por su movimiento conclusivo: puro mecanicismo encaminado a deslumbrar acumulando notas con rapidez extrema. Hubo brillantez y hubo potencia sonora, pero no grandeza expresiva. El resto me pareció tan discutible como interesante. Su visión se movió dentro de una línea especialmente arrebatada, sin nada que ver con el marmóreo clasicismo de Emil Gilels; eso sí, su temperamento no miraba hacia Schumann –como hacía Nicola Meecham en su registro–, sino hacia quien en cierto modo era de esperar: Sergei Rachmaninov. Rachmaninov compositor y Rachmaninov pianista, habría que puntualizar. Mucho nervio, muchísimos contrastes y mucho fuego dentro de un discurso horizontal de apreciable elasticidad, servido todo ello con un sonido muy musculado y una digitación de enorme limpieza. Con semejante planteamiento se pierden cosas importantes de esta música, al tiempo que se ganan otras. Muy hermoso el Andante, también muy delicado. ¿En exceso, quizá? Podría ser, pero la manera en la que Trifonov adelgazó su sonido para convertirlo en gotas de cristal nos dejó a todos sobrecogidos y dejó bien claro que lo de este señor no es solo agilidad digital, sino también técnica: como tantas veces ha recordado el crítico Pedro González Mira, no son la misma cosa.

Técnica, muchísima técnica hubo en la selección de Valses de Chopin que vino a continuación. El secreto para interpretar bien la música del polaco no está tanto en la belleza sonora y en el sentido de los contrastes, sino en elasticidad y control del fraseo. El famoso rubato chopiniano, sí, pero no solo eso: todo el discurso general tiene que ser flexible y orgánico. Trifonov ofreció altísimas dosis de la referida elasticidad y del referido control, como también una portentosa matización en las dinámicas y no poca belleza sonora. Lo que ocurre es que hubo, siempre a mi entender, un gravísimo problema de base: nuestro artista, dejándose llevar no se sabe muy bien si por la pasión o por si deseo de triunfar por el camino más corto, corrió de una manera incomprensible y no dejó respirar a la música. Sí, la música tiene que respirar. Las notas necesitan su tiempo para vibrar, para ser percibidas y asimiladas, para ofrecer un sentido cuando se las ponen una junto a otras. Es exactamente igual al discurso de un orador, que debe vocalizar con claridad pero también administrar tensiones, calcular pausas de diferente duración, jugar con los silencios y sacar partido del fraseo tanto para mejorar la comprensión de los argumentos como para otorgar intensidad al contenido. ¿De qué le servirían una vocalización prístina y muchos contrastes si va a todo correr y no concede espacio a la pausa? Creo que lo mismo se debe aplicar a la interpretación musical, que al fin y al cabo no es otra cosa que un acto comunicativo. Que las notas de Trifonov fuesen extremadamente nítidas y que en su línea hubiera infinidad de claroscuros no sirve de nada si falta lo más importante: la trasmisión de la idea global que se encuentra detrás de las notas. Le sirve, en todo caso, para deslumbrar ante quienes entienden el arte como extrema habilidad técnica a la hora de hacer algo puramente físico fuera del alcance del común de los mortales. Que el pianista ruso ofreciera algún vals muy interesante no me hará olvidar mientras viva lo que hizo con el Vals del minuto: merendárselo en minuto y medio. Un espanto.

La segunda parte, qué cosas, se movió entre lo magnífico y lo absolutamente sensacional. De la magnífica Sonata, op. 26 de Samuel Barber también hice para mí mismo una brevísima discografía comparada, pero no pude publicarla. Baste decir que permanece vigente la recreación de quien estrenara la pieza, Vladimir Horowitz, si bien Peter Lawson, Earl Wild (¡con ochenta y cinco años!) y Marc André Hamelin han sabido más recientemente decir cosas distintas, complementarias e interesantísimas. Pues bien, aquí Trifonov los supera a todos y se marca la versión de absoluta referencia. Ni que decir tiene que su enfoque tiene mucho que ver con el del señor de la pajarita citado en primer lugar –al de Kiev también le gustaba lo suyo correr, dicho sea de paso–, y que por ende las “sonatas de guerra” de Prokofiev son el principal referente –el perfume jazzístico queda relativamente relegado–. Lo interesante es que Trifonov no solo materializa todo eso con una pulsación más rica y una imaginación más fértil que la de Horowitz manteniendo toda aquella aprobadora potencia sonora, toda esa densidad armónica y esa fiereza en el fraseo que evidenciaban el trasfondo trágico de esta música, sino que añade todos esos componentes de los otros pianistas citados. De acuerdo con que el segundo movimiento lo podría haber dicho con menos prisas, atendiendo menos a la incisividad y más al onirismo lírico que también está en la escritura, pero no dudo en calificar el Adagio como una de las más descomunales interpretaciones pianísticas que he escuchado en directo en toda mi trayectoria de melómano. Ni que decir tiene que la fuga de la conclusión nos trajo al genial recreador de El arte de la fuga que es nuestro artista: una perfecta fusión entre mente y pasión.

Para terminar, una larga suite de La bella durmiente arreglada con muchísimo acierto por Mikhail Pletnev. Aquí Trifonov puso su descomunal gama de recursos pianísticos al servicio de la música y su temperamento, incandescente en todo momento, estuvo mucho más controlado que en la sonata del mismo autor que había abierto el programa; por ende, hubo espacio para que el encanto, la delicadeza, la ternura e incluso el sentido del humor hicieran acto de presencia.

Éxito apoteósico y tres propinas, de las cuales solo reconocí el Chopin final. Quizá puedan descubrirlas ustedes mismos en la trasmisión en directo que hace mañana viernes 14 la plataforma Stage + desde nada menos que el Palau de la Música de Barcelona. ¡No se les ocurra perderse la segunda parte! De la primera, créanme, pueden prescindir con total tranquilidad.

4 comentarios:

kapsweiss2016 dijo...

Gracias por esta entrada. Estaría bien, si tiene tiempo y ganas que publique la comparativa de la Sonata de Barber, una obra fantástica. Y un pequeño detalle, creo que cuando dice Ernst Wild se está refiriendo a Earl Wild.
Saludos

Fernando López Vargas-Machuca dijo...

¡Evidentemente! Gracias por la corrección. Probablemente publicaré lo de Barber, pero cuando Stage + saque la de Trifonov, que me parece la referencia.

Javier dijo...

https://www.beckmesser.com/injusticias-barenboim-gomez-martinez-iriarte/. Las distintas sensibilidades respecto a la figura de Barenboim siguen alimentando la polémica.

Fernando López Vargas-Machuca dijo...

Bah, a ese artículo hay que hacerle poco caso.

A ver, las cosas hay que decirlas claras de una vez por todas. Hay críticos-periodistas musicales que tienen como principal objetivo codearse con artistas y programadores. A veces lo hacen por beneficiarse de la sombra que da el poder, incluso para pasar a formar parte de las élites que manejan el cotarro. A veces es simple cuestión de admiración hacia los artistas, de sentirse amigo de ellos y conocer anécdotas, cotilleos y esas cosas del mundillo. En otras ocasiones, una mezcla de las dos cosas. Gonzalo Alonso es el perfecto ejemplo de este último caso. Su página web y su seudónimo los ha utilizado repetidamente para "ser alguien", lanzar cotilleos que le hagan ser tenido muy en cuenta por su conocimiento de lo que se mueve en las sombras. También para meter miedo al personal: insinuar el "yo sé esto de ti y cualquier día lo cuento, pero hoy me voy a callar" es una fórmula que suele funcionar. Me consta que se le puede callar fácilmente suministrándole cotilleos de un tercero.

Pues bien, Barenboim es conocido por su absoluto desinterés por los críticos/periodistas musicales, como también por su desprecio por el cultivo de esas relaciones sociales "que van con el sueldo". Su salida de Chicago tuvo mucho que ver con eso. Es lógico que los críticos de la línea antes señalada, como Lebrecht o Alonso, siempre hayan sentido aversión por él: cuando coincidieran en determinados cenáculos, probablemente el de Buenos Aires les mirase con desprecio y pasara olímpicamente de ellos. Sí, buena parte de la mala fama de Barenboim entre la prensa reside en su carácter.

Justo lo contrario se puede decir de otros artistas. Por ejemplo, Miguel Ángel Gómez Martínez, me consta que un encanto de persona aparte de un plomo de director musical. El desaparecido maestro sí que tuvo una relación muy estrecha con Alonso, este le hizo muchísima promoción desde su web y la amistad ha perdurado. Este artículo no es un artículo "contra Barenboim", sino "pro Goméz Martínez", En todo caso, sí que es un artículo "anti gobierno": la afinidad del "altoburgués" Gonzalo Alonso por la derecha Díaz Ayuso es notoria.

Alerta de última hora: sensacionales Goldberg en el Villamarta por Ignacio Prego

Miro la web y descubro que, aunque hay un buen número de entradas vendidas, aún quedan bastantes asientos libres para las Variaciones Goldbe...