viernes, 23 de agosto de 2024

Réquiem de Mozart: discografía comparada

Motivos personales me llevan a improvisar, haciendo uso de textos ya publicados y de apuntes tomados de aquí y de allá sin seguir un orden de audición concreto, una discografía del inconcluso Réquiem de Wolfgang Amadeus Mozart. Quiero hacer hincapié en el referido carácter improvisado: faltan algunas grabaciones importantes de las que no tomé notas nunca, o que nunca he escuchado. También hay alguna cuyas anotaciones no me gustaban, y por lo que he preferido dejar fuera.

Más que nunca, las puntuaciones del uno al diez son resbaladizas: téngase en cuenta que no van dirigidas solo a la batuta, sino también a la calidad del cuarteto vocal y a la intervención del coro.

Finalmente, dejar claro que a mí me gusta mucho lo que hizo Süssmayr, y que su solución para el Lachrimosa me gusta más que la fuga esbozada por el propio Mozart. ¡Qué le voy a hacer!

 

1. Walter/Filarmónica de Viena (EMI, 1937). Como testimonio histórico, este documento registrado en vivo por EMI Francia en el Teatro de los Campos Elíseos alcanza un valor incalculable, no ya por ser la primera grabación completa de la página, sino porque el maestro berlinés, a sus 61 años, presuntamente recogía las esencias de una tradición centroeuropea que podía remontarse muchas décadas atrás; como también se supone que lo hacía –con una considerable cantidad de problemas en la ejecución– la Wiener Philharmoniker. Otra cosa es que hoy, con todo lo que ha llovido desde entonces, convenza el resultado. Se dirá que maestros como Karl Böhm o el mismo Karajan también apostarán por tempi lentos, sonoridades masivas y un enfoque que tenga muy en cuenta el pasado –llamémosle así– bruckneriano. Cierto. Pero no es menos verdad que con ellos la música fluirá con mayor naturalidad, lógica, depuración sonora y –no lo olvidemos– belleza formal. También que Walter se toma demasiadas libertades “románticas” sin que con ello –antes al contrario– la expresión resulte más variada y convincente. Elisabeth Schumann, Kerstin Thorborg, Anton Dermota y Alexander Kipnis conforman un elenco extremadamente lujoso: como escribir que a mí no me interesa lo que aquí hacen supondría excomunión inmediata, mejor me callo. (5)

 


2. Walter/Filarmónica de Nueva York (CBS, 1956). Diecinueve años no pasan en balde. Los tempi son algo menos lentos, su estilo mozartiano se ha depurado, ya no se toma licencias y el discurso fluye con mayor continuidad. Aun así, esta música exige una depuración sonora muchísimo más elevada de la que pueden ofrecer las huestes neoyorquinas, así como una batuta más ágil, menos melodramática y de mayor riqueza en la expresión. El cuarteto, aunque a priori se pudiera pensar lo contrario, es mejor que el de la anterior ocasión: Irmgard SeefriedJennie Tourel –la más floja–, Léopold Simoneau William Warfield. La toma, aún monofónica, sigue dejando mucho que desear a pesar del reciente reprocesado. (6)

 

 

3. Karajan/Filarmónica de Berlín (DG, 1961). El arranque –música surgiendo con lentitud de entre las brumas– deja claro que nos vamos a encontrar ante una lectura abiertamente gótica, en buena medida protobruckneriana, en la que la sonoridad musculada de la formación berlinesa y los grandes contrastes sonoros van a cobrar absoluto protagonismo. Y así se confirma a lo largo de esta interpretación con todas las virtudes y todos los excesos de Karajan; con su extrema depuración en la forma y con sus preciosismos, con su sentido teatral y su búsqueda de la espectacularidad a cualquier precio, con sus momentos de marcado dramatismo y sus calderones interminables, con el sonido en sí mismo como objetivo más preciado. El disparate estilístico queda garantizado, pero lo cierto es que, al margen de todas estas circunstancias, se detecta aquí una espiritualidad de especial atractivo, a veces muy lacerante –Agnus Dei– y de impacto asegurado en el oyente porque Karajan, al contrario que en otras ocasiones, parece mostrarse –pese a todo lo expuesto– bastante sincero. Wilma Lipp y Anton Dermota dejan que desear, sobre todo el tenor. Bien Hilde Rössel-Majdan y estupendo Walter Berry. (8)

 

 

4. Barenboim/English Chamber Orchestra (EMI, 1971). Aunque la presencia de la English Chamber garantiza la ausencia de pesadez en la masa orquestal, además de una insólita perfección técnica, fluidez en el fraseo y unas maderas que frasean con la mayor musicalidad, un Barenboim de tal solo solo veintiocho años consigue una interpretación poderosa y dramática como pocas. Y lo es ya desde un arranque inspiradísimo, contrito y temeroso al mismo tiempo, pasando por momentos muy lacerantes, como debe ser, pero también por otros llenos de grandeza sin retórica, de glorificación divina o, por descontado, de terror hacia el más allá. Todo ello nos lo sirve el joven maestro con un elevado sentido teatral y sin ningún miedo a mirar a la música del futuro; la elegancia apolínea, pese a lo concentrado del fraseo, está por completo descartada. A destacar especialmente como el de Buenos Aires defiende a capa y espada los pasajes de Süssmayr, en los que sabe volverse sorprendentemente sensual –Ofertorio– o llenarse de súplica emotiva a más no poder –asombroso Agnus Dei–. Magnífico y muy nutrido el John Aldis Choir. De verdadera impresión el cuarteto, integrado por Nicolai Gedda, Dietrich Fischer-Dieskau –pese a ser más lírico de la cuenta–, Sheila Amstrong y Janet Baker. Que la toma adolezca distorsiones no le quita a este registro su carácter referencial. (10)

 

5. Böhm/Sinfónica de Viena (DVD DG, 1971). Es difícil explicar cómo es esta interpretación. ¿La orquesta y el coro son grandes? Sí. ¿Densa la sonoridad? Ciertamente. ¿Lentos los tempi? Lentísimos. ¿Tradicional la articulación? Por completo. ¿Hay prolongados calderones y grandes contrastes sonoros? Desde luego. Pero pese a las aparentes coincidencias formales, poco tiene que ver esta lectura con las de Karajan, Muti o Bernstein que aquí mismo se comentan. Al contrario que en ellas, con Böhm la forma no es objetivo en sí misma, sino que se encuentra exclusivamente al servicio de la expresión. Una expresión que es sobria, austera, concentrada y terriblemente trágica: aunque no el más dramático y lleno de tensión, este es el Réquiem mozartiano más doliente que conozco; el más triste y el más agónico (¡acongojante el Agnus Dei!); quizá también el más sincero, el que menos espacio concede a la brillantez sonora y aquel en el que la sensualidad y hasta la dulzura que también habitan los pentagramas de encuentran más a raya. Todo ello lo lleva a cabo el de Graz –setenta y siete añitos– haciendo gala de la marmórea elegancia que caracteriza su batuta, de su perfecta capacidad para clarificar las texturas y sin una sola caída, a pesar de los tempi, en el pulso interno. Y con un estilo, esto es lo más milagroso, que no suena a Brahms ni a Bruckner, sino a puro Mozart. El cuarteto vocal es un prodigio, y aunque a Gundula Janowitz y a Peter Scherier determinadas sensibilidades –no es mi caso- le pueden poner algunas pegas en la expresión, ante lo que hace el matrimonio Christa Ludwig-Walter Berry solo cabe hincarse de rodillas. Lo menos bueno es el Coro de la Ópera de Viena, pero casi se diría que sus tiranteces contribuyen a hacer todavía más angustiosa esta lectura. La filmación se realizó en la Piaristenkirche de Viena con gran calidad visual, pero la toma sonora deja un tanto que desear por su distorsión y su relativamente escasa gama dinámica. (10)

 


6. Böhm/Filarmónica de Viena (DG, 1971). Esta lectura sigue los pasos de la anterior, pero hay diferencias. Los tempi son un poco más lentos (¡más aún!): 64’22 frente a los 62’47 del vídeo, si bien la impresión auditiva es que la diferencia es mayor aún, circunstancia que se debe probablemente a la ausencia de las imágenes. Expresivamente esta es quizá un punto más gótica, más atmosférica, quizá también más serena, y por ello menos tensa y doliente que la anterior, menos visionaria. Diríase que es más clásica, aunque insisto en que el concepto es muy parecido. El coro, de nuevo el de la Ópera de Viena, está aquí algo mejor. La mayor diferencia viene por parte de los solistas. La gran Edith Mathis, de timbre oscuro y aterciopelado, puede resultar más adecuada que la Janowitz, Wieslaw Ochman no lo hace nada mal, pero la notable Julia Hamari no llega a la altura inmensa e la Ludwig y, desde luego, el engolado Karl Ridderbusch no tiene nada que hacer frente a Walter Berry. La toma, lógicamente, es mejor que la del vídeo, sobre todo en HD. Suena muy bien el SACD de Esoteric, pero la dinámica no es la más amplia posible. (9)

 


7. Krips/Filarmónica de Viena (Andante, 1973). Interesantísima recreación que, sin descuidar los aspectos extrovertidos de la página, destaca especialmente los más íntimos, líricos y poéticos, revistiendo la interpretación de una muy hermosa aunque nada complaciente ni conformista espiritualidad. Excelentes Popp, Lilowa, Dermota y Berry. Toma muy pobre. (9)

 


8. Karajan/Filarmónica de Berlín (DG, 1975). Los efectivos congregados son enormes, las sonoridades voluntariamente opulentas, hay alguna caída en la blandura –el arranque-, Karajan hace gala de su voluntad por extremar los contrastes entre volúmenes sonoros y en todo momento queda en evidencia su deseo de epatar al personal hasta el punto del disparate estilístico (¡tremendos calderones al final del Kyrie o el Lachrimosa!) y de acercarnos a territorios antes brucknerianos que mozartianos. Y, sin embargo, es difícil resistirse ante la cantabilidad de su fraseo, ante lo maravillosamente trazadas que están las fugas, ante el derroche de belleza sonora, ante la fuerza expresiva general que emana de la batuta, por no hablar de su perfecta sintonía con el espíritu teatral, léase operístico, que caracteriza a las partes compuestas por Süssmayr. Cuarteto de gran nivel en el que solo flaquea un poco el tenor Werner Krenn; magníficos Tomowa-Sintow, Baltsa y Van Dam. Impresionante toma sonora si se escucha en SACD multicanal. (8)

 

9. Marriner/Academy of Saint Martin in The Fields (Decca, 1977). No suenan el coro y la orquesta de la Academy particularmente aligerado en esta ocasión. De hecho, el registro se realizó en el Kingsway Hall. Tampoco se puede hablar de unos tempi, un fraseo o una articulación renovadas. Y la edición de Franz Beyer (1971), que presume de corregir algunas insuficiencias de la escritura de Süssmayr, tampoco ofrece más que unas pocas variantes que apenas alteran la partitura que estamos acostumbrados a escuchar. Lo que aquí tenemos, a la postre, es una interpretación tradicional en la que interesa mucho antes la enorme pulcritud con que está la música expuesta que la expresividad, a mi entender no muy sincera y parca en espiritualidad; a destacar un Kyrie dicho con fuerza y a reprobar un Lacrimosa lastrado por cierta languidez. Ileana Cobrubas contiene su tendencia a lo lacrimógeno y ofrece unas intervenciones de enorme pureza canora. Bien a secas Helen Watts. Valiente y con gran autoridad vocal Robert Tear. El más flojo, como era de prever, John Shirley-Quirk. (7)

 

10. Schreier/Staatskapelle Dresde (Philips, 1982). Lectura caracterizada por la búsqueda del difícil equilibrio en la expresión dramática, a la que la batuta siempre se muestra muy atento, y la limpieza de aditamentos románticos para conseguir un Mozart más fluido y ágil. Los resultados son desiguales tanto desde el punto de vista estilístico como desde el expresivo, con momentos lacerantes muy conseguidos como el Agnus Dei, y otros poco convincentes. Muy sólidos Price, Schmidt, Araiza y Adam. (7)

 

11. Hogwood/Academy of Ancient Music (Decca, 1983). Aunque hay algunos momentos enérgicos, como el Kyrie, se trata en general de una lectura cuadriculada e insulsa, de sonoridades excesivamente ingrávidas, escasa sensualidad y poco aliento dramático. La orquesta no es gran cosa, todo lo contrario que el coro de la propia Academy. Emma Kirkby está cursi e insulsa. Bien Walkinson, Rolfe-Johnson y Thomas. La edición Maunder es curiosa. (5)

 


12. Barenboim/Orquesta de París (EMI, 1984). El maestro porteño vuelve a ofrecer una interpretación abiertamente encendida y dramática, llena de tensiones y claroscuros. En absoluto pesada en la articulación pero sí densa en la sonoridad –encuentro preferible el tamaño de la English Chamber, a decir verdad–, se encuentra poco interesada por la belleza sonora para en su lugar mostrarse rebelde, escarpada y hasta desafiante con la divinidad en momentos en los que en teoría no debería serlo, como el Sanctus; en este sentido, hay que admirar la valentía de Barenboim a la hora de plantear calderones, que sin ser precisamente timoratos saben sonar sinceros y expresivos a más no poder. Dicho esto, no me parece una dirección tan redonda como la anteriormente comentada: hay un regulador desconcertante en el Kyrie (minuto 1:12) que ya estaba en aquella pero ahora resulta más exagerado, la dicción del coro resulta extrañamente enfática en el Lacrimosa y el Agnus Dei se encuentra un tanto desaprovechado. Insisto en que globalmente la labor de Barenboim es muy notable, al menos para los que comulgamos con su dramática manera de ver las cosas, pero lo cierto es que aquí queda por debajo de él mismo. Tampoco el cuarteto se eleva a la altura estratosférica de entonces: están estupendos Kathleen Battle –pese a algún detalle redicho habitual en la soprano– y Matti Salminen, pero Ann Murray se encuentra un poco ausente y la emisión de David Rendall no acaba de convencer. El coro parisino tampoco se puede comparar con esa maravilla del John Aldis. Sea como fuere, lo que de verdad hay que lamentar es una toma sonora distante, confusa y distorsionada, francamente mala para la época. (8)

 


13. Karajan/Filarmónica de Viena (CD DG y Stage +, 1986). Estaba claro que el salzburgués tenía que grabar esta obra con la orquesta más mozartiana del planeta. Lo hizo por duplicado, en audio y en video, con una toma sensacional que recoge la belleza única, incomparable, de una Wiener Philharmoniker tratada con depuración extrema (¿habrá sonado alguna vez mejor esta partitura?) que hasta cierto punto parece llevar a Karajan a su terreno: no solo se pierde el excesivo músculo y la inadecuada opulencia de sus interpretaciones con la Filarmónica de Berlín, sino que el maestro parece ahora menos enfático y afectado que en las ocasiones precedentes, más equilibrado en la expresión, menos operístico y más contemplativo. Más propiamente clásico, y también más sincero. Pueden preferirse lecturas espiritualmente más profundas y acongojantes, pero esta engancha por su apolínea perfección. Los Wiener Singwerein parecen ahora mejores que años atrás, mientras que el cuarteto formado por Anna Tomowa-Sintow, Helga Müller Molinari, Vinson Cole y Paata Burchuladze funciona bastante bien, a pesar del engolamiento de este último. La filmación disponible en la plataforma Stage + posee buena calidad de imagen, pero algunos planos son obvio producto del playback –nada inhabitual en Karajan– y la calidad sonora es inferior a la del CD. (9)

 


14. Muti/ Filarmónica de Berlín (EMI, 1987). Obviamente el concepto no difiere mucho del de la versión de Karajan doce años anterior con la misma orquesta y en el mismo recinto, la Philharmonie, es decir, sonoridades poderosas y musculadas al servicio de un concepto eminentemente operístico donde la ampulosidad, la atmósfera un punto gótica y la seducción a través de la belleza formal se imponen por encima de otras consideraciones, pero podríamos pensar, conociendo a ambos directores, que con Muti el Réquiem sonaría menos refinado y con más empuje, más sincero y más directo al grano. Pues no, todo lo contrario: al milanés sí que se le va la mano suavizando aristas y ablandando el fraseo, y aunque hay momentos de enorme garra –Sanctus– donde sí encontramos al Muti enorme director teatral, la impresión global es que esta interpretación resulta no ya otoñal sino mortecina, flácida incluso –decepcionantes las fugas del Kyrie o el Quam olim Abrahae–, equivocadamente ensoñada y no poco insincera, por muy bellas que resulten las sonoridades de la Filarmónica de Berlín, del Coro de la Radio de Suecia y el Coro de Cámara de Estocolmo. El cuarteto contribuye aún más a desequilibrar los resultados, y si Waltraud Meier está excelsa y James Morris cumple aun con su voz en exceso cavernosa, Patricia Pace –una auténtica soubrette– puede hacer poca cosa con su vocecita inane y expresividad insulsa, por no hablar de esa tomadura de pelo, presunto tenor, que se llamó Frank Lopardo. (6)

 


15. Bernstein/Sinfónica de la Radio de Baviera (DVD DG, 1988). Este concierto se ofreció en una preciosa iglesia rococó bávara en memoria de la difunta esposa de Bernstein, Felicia Montealegre, retratada en la carátula de la edición en CD. Se ve a Lenny entrar realmente compungido. Lo que se escucha ya es otra cosa: desmelene ultrarromántico en el que el maestro se aleja lo más posible de planteamientos “históricamente informados” -Barenboim parece Norrington a su lado- y se adentra en un universo hipergótico, de grandes contrastes sonoros, tempi amplísimos y megacalderones a discreción, que no es el de un Böhm, ni siquiera el de un Karajan, porque aquí el narcicismo le conduce a un Lachrimosa digno de figurar en el Libro Guinnes por su lentitud (5’38’’, compárese con los 3’19 del citado Barenboim con la ECO) y de auténtico disparate en el plano expresivo. Dicho esto, hay aquí también fuerza expresiva, magia sonora y grandes dosis de teatralidad por parte de un Bernstein que se siente particularmente a gusto en las maneras operísticas de las partes de Süssmayr y se atreve con apuntes tan creativos como el larguísimo diminuendo con el que decide concluir la interpretación. Muy bien Marie McLaughlin, Maria Ewing y Jerry Hadley; no tanto el bajo Cornelius Hauptmann. Estupenda la filmación a cargo de Humphrey Burton. (7)

 

 

16. Giulini/Orquesta Philharmonia (Sony, 1989). Esta interpretación es justo la que se podía esperar: amplia, solemne, robusta, por momentos bastante más bruckneriana que mozartiana, pero en absoluto pesada o ampulosa. Nada hay aquí de retórico, de superficial o realizado de cara a la galería. Nada que ver con un Karajan, por ejemplo. El aliento de Giulini es de una espiritualidad sincera y conmovedora, y su fraseo, siempre natural, equilibrado y flexible, ofrece toda esa maravillosa cantabilidad italiana que le caracteriza sin que la tensión interna se relaje en momento alguno. Me gustaría destacar además la manera que la que el maestro defiende toda la segunda parte de la obra, es decir, la de Süssmayr, que en pocas ocasiones ha sonado más convincente. La orquesta y su coro, espléndidos. Menos bien los solistas: me interesa mucho lo que hace la contralto Jard van Ness, pero creo que Lynne Dawson y Keith Lewis se limitan a cumplir y que Simon Estes, con su particularísima voz cavernosa, no llega ni a eso. En cualquier caso, la versión es de un alto nivel, independientemente de que se puedan preferir enfoques más dramáticos y escarpados. (8)

 


17. Koopman/Orquesta Barroca de Ámsterdam (Erato, 1989). Tas un comienzo algo mecánico y frío se ofrece una lectura muy distinta y de gran atractivo, tensa y dramática sin exhibicionismos, con una tímbrica muy descarnada en la que las trompetas, agresivas, se sitúan en primer plano y en el que la percusión resulta muy seca y contundente. Su carácter rústico está lejos de la belleza sonora, como también de lo frívolo y lo pimpante en lo que a veces cae el historicismo, mientras que las conexiones con el mundo barroco se ponen de relieve. Lo que se echa de menos es poesía y profundidad emocional. Schlick, Watkinson, Pregardien y Van der Kamp pasan sin pena ni gloria: por ellos baja el nivel. (7)

 

 

18. Solti/Filarmónica de Viena (Decca, 5 diciembre 1991). Las circunstancias eran las más emotivas posibles, pero en absoluto idóneas para una buena interpretación musical: una misa de difuntos por el alma de Wolfgang Amadeus en el aniversario de su fallecimiento, celebrada en el interior de la Catedral de Viena. Solti hizo gala de la agilidad y sentido de teatral que le caracterizan, pero se mostró no solo ajeno a la mezcla de espiritualidad, sensualidad y elevación poética de la obra, sino sorprendentemente desconcentrado, rutinario incluso, llegando a caer en la vulgaridad y el mecanicismo en el Dies Irae. El frío de la catedral vienesa seguramente tuvo que ver con que la soberbia orquesta y el Coro de la Staatsoper no rindieran al nivel acostumbrado. Bueno sin más, bastante ajeno a la expresión, el cuarteto formado por Auger, Bartoli, Cole y Pape. La toma sonora es la esperable para el interior de una catedral gótica. Nueva edición de la partitura a cargo de Robbins Landon, sin nada que destacar. (7)


19. Savall/Le Concert des Nations (Alia Vox, 1991). En unas fechas en la que las interpretaciones historicistas del Réquiem mozartiano todavía no eran moneda corriente, esta interpretación de Savall contribuyó a entender la partitura con una articulación mucho más apropiada para la fecha de composición, pero haciéndolo no desde el presunto carácter apolíneo mozartiano, sino entrando de lleno en un mundo de claroscuros y teatralidad que, en su tratamiento, no miran hacia las densidades del futuro sino hacia la retórica barroca. Eso sí, las sonoridades de la orquesta –que no es gran cosa– no terminan de convencer, el fraseo carece de la sensualidad y elegancia propias de Mozart y, en general, se echan de menos aliento poético, humanismo y congoja sincera. Flojea el cuarteto: Montserrat Figueras resulta pretenciosa, amanerada y fuera de estilo, mientras que el tenor Gerd Túrk se queda en lo correcto. Mejor Stephan Schreckenberger y, sobre todo, Claudia Schubert. Toma realizada en una iglesia muy reverberante. (6)


20. Celibidache/Filarmónica de Múnich (EMI, 1995). Era de esperar: el rumano se monta un maravilloso disparate estilístico, de sonoridades y lentitudes brucknerianas, con tempi a veces insoportablemente morosos –Introitus, Lacrimosa– y alguna excentricidad en la articulación. Sin embargo, hay momentos de asombroso misticismo, como el Agnus Dei, y en general la versión posee un extraño atractivo. Petrig, Borchers, Straka y Holle conforman un cuarteto discreto. (7)

 

21. Herreweghe/Orquesta de los Campos Elíseos (Harmonia Mundi, 1996). La gran baza de esta extremadamente irregular interpretación es la enorme calidad de los conjuntos corales de La Chapelle Royale y el Collegium Vocale, dirigidos de manera magistral por un Herreweghe que sabe obtener afinación, empaste, agilidad, equilibrio y belleza sonora en grado superlativo. Ahora bien, en lo interpretativo el maestro belga oscila entre números tan conseguidos como el Kyrie, el Confuctatis o el Hostias y otros tan frívolos como el Benedictus, pasando un Dies Irae sin toda la tensión interna necesaria y, a lo largo de toda la interpretación, numerosas frases en exceso aéreas, cuando no relamidas (¡esos violines en el Lacrimosa!) que perjudican seriamente el resultado global. La orquesta es buena, salvando una tuba que deja bastante que desear en un Tuba Mirum nada imponente. Francamente bien Ian Bostridge y Hanno Müller-Brachmann. Sibylla Rubens es poquita cosa y tiende a la cursilería, mientras que Annette Market cumple con dignidad. Espléndida la toma, aun siendo en vivo. (7)

 

22. Abbado/Filarmónica de Berlín (Blu-ray Euroarts, 1999). La catedral de Salzburgo abrió sus puertas a que fue su orquesta para rendir homenaje a Herbert von Karajan diez años después de su fallecimiento. Con la ayuda del portentoso Coro de la Radio de Suecia, Abbado construyó una interpretación tan absolutamente perfecta en lo sonoro como escasa de alma, de emoción. Cierto es que no encontramos las blanduras –sí algún detalle más aéreo de la cuenta–, ni los excesos ni la grandilocuencia con que el homenajeado maestro abordaba la obra, pero se echa de menos es particular espiritualidad y poder de seducción que desprendían sus aproximaciones. Karita Mattila, Sara Mingardo, Michael Schade y Bryn Terfel son un cuarteto de lujo que hace subir enteros el resultado. El Blu-ray pierde el sonido multicanal y la segunda cámara que sí presentaba el DVD. Sonido e imagen, en cualquier caso, son magníficos. (8)


23. Harnoncourt/Concentus Musicus Wien (RCA, 2003). En la que es su segunda grabación de la página, Harnoncourt ofrece una dirección seca, incisiva y altamente teatral, totalmente antirromántica en sus recursos, de elevado sentido del color y de los contrastes, que brilla ante todo en un Confuctatis y un Lacrimosa hoscos y dramáticos, pero que globalmente falla por su escasa calidez y cantabilidad. Muy bien la orquesta, pero lo que llama la atención es un soberbio Coro Arnold Schoenberg. ¡Bravgísimo por él! Más que notables Schäfer, Fink, Streit y, algo menos, Finley. Soberbio el sonido en SACD. (8)


24. Currentzis/Musicaeterna (Alpha, 2010). Muy en la línea incisiva, seca, incluso áspera de un Harnoncourt, el director griego se recrea en los aspectos más desgarrados y dolientes de esta página, desplegando electricidad y claroscuros de elevado sentido dramático, siempre con una gran atención a las líneas orquestales y corales –soberbios The New Siberian Singers-, pero termina fracasando por su escasez de vuelo lírico, de sensualidad, de humanismo y de profundidad. El problema radica en buena medida en un fraseo excesivamente rígido, poco cantable y sin imaginación, aunque parte del fiasco global se debe a la voz pequeña, insulsa, sin ningún vibrato de Simone Kermes. Mejor Stéphanie Houtzeel, Markus Brtuscher y Arnaud Richard. Curiosísima la opción para concluir el Lachrimosa; se toca lo poco de la fuga esbozada por Mozart y la música queda suspendida por un sonido de campanillas. (6)

 


25. Suzuki/Bach Collegium Japan (BIS 2013). He aquí un perfecto ejemplo de historicismo mal entendido. Fraseo pimpante, ridículo en los primeros compases de la obra. Articulación incisiva y amanerada, con irritantes violines en el arranque del Lacrimosa. Timbales extremadamente duros. Metales excesivos. Claroscuros antes barrocos que clásicos y teatralidad poco sincera, de cara a la galería. Escasa sensualidad, pobre vuelo lírico y ninguna emotividad. Eso sí, el trazo es de enorme claridad y las fugas están planteadas con una arquitectura impresionante en la que no escasea el nervio interno. Tampoco hay caídas en la dulzonería: esta frialdad resulta preferible a eso. Correctos Carolyn Sampson, Marianne Beate Kielland, Makoto Sakurada y Christian Immler. Muy bien la orquesta y soberbio el coro. Fabulosa grabación en alta resolución. Edición de la partitura a cargo del hijo del director, que aporta poco –la solución fugada del Amén del Lacrimosa ya se conocía–. (4)

 


26. Butt/Dunedin Consort (Linn, 2013). Interesantísima reconstrucción de la primera ejecución completa en 1793, más los dos primeros números tras como pudieron ser interpretados cinco días después de la muerte de Mozart en 1791, todo ello basándose en una nueva edición de la versión de Süssmayr y materializándolo con un planteamiento historicista que cuenta con una buena orquesta y un coro excelente, del cual salen los cuatro dignos solistas. Dirección ágil –que no ligera–, teatral e incisiva, abiertamente dramática en el planteamiento, pero quizá más cercana a la retórica barroca que a la elegancia, la nobleza y el equilibrio entre forma y contenido que necesita el romanticismo. Los tempi resultan algo apremiantes, el fraseo un tanto nervioso, no del todo flexible ni matizado, y algo escaso en cantabilidad, en sensualidad y en poesía. Resultados vistosos, pues, pero que no terminan de convencer. Excelente sonido en alta definición. (7)

  

27. Equilbey/Orquesta Insula (Naive, 2014). Laurence Equilbey demuestra ser una enorme directora coral con una formidable actuación de su Coro Accentus: afinado y homogéneo, claro en la articulación, pero sin esa sensación que a veces se da en otras agrupaciones de enorme nivel –pienso en el Coro Monteverdi de Gardiner– de que todo está excesivamente planificado, de que falta espontaneidad. Ahora bien, su trabajo al frente de la orquesta de instrumentos originales fundada asimismo por ella y no muy allá, no pasa de lo solvente: hay agilidad y marcados acentos dramáticos, hay también tensión interna y ganas de comunicar, pero se echan de menos esa sensualidad, esa magia poética y esa mezcla de vuelo lírico, amargos y elevación espiritual que han conseguidos directores mucho más afines a las esencias mozartianas. El cuarteto vocal hace subir el nivel, particularmente por las intervenciones del tenor Werner Güra, de canto viril, valiente y expresivo. La sensual Sara Mingardo está francamente bien, mientras que Christopher Purves se muestra más que correcto. Más dudas suscita Sandrine Piau, cuya línea “históricamente informada” puede no ser plato para todos los paladares. La toma –alta definición– se realizó en la bellísima capilla de Versalles, y lo cierto es que los ingenieros acertaron a la hora de sortear su reverberante acústica. (7)

2 comentarios:

Luismi dijo...

Gracias por esta comparativa que me parece de todo punto magnífica. Disculpa por usar este sitio para otro comentario pero es que ayer vi el incio de la temporada de Berlín con la 5 de Bruckner y me dio toda la sensación que algo pasa entre la orquesta y Petrenko, incluso en un momento me pareció que iba a parar la interpretación además de algunos gestos entre los músicos un tanto extraños. En cuanto a la interpretación, un Bruckner de mirar la hora y eso no es bueno. Disculpa de nuevo poor ocupar este espacio

Fernando López Vargas-Machuca dijo...

Muchísimas gracias, Luismi. La comparativa del Mozart ha sido una pequeña chapuza, pero espero escuchar más grabaciones y hacer algo más redondo.

Muy interesante lo que comenta sobre el Bruckner de Petrenko. No seguí el concierto porque estuve en la playa, y hoy espero estar también remojándome los pies a la hora de la repetición, pero veré el concierto en cuanto lo suban a la plataforma. Las críticas de cuando hizo la obra en Granada también hablaron de las velocidades del maestro, pero para ponerlo por las nubes: Bruckner renovado y todo eso. Conociendo a esos críticos, lo más probable es que a mí no me guste. Saludos cordiales.

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