Me decía ayer un amigo que, frente al absoluto colapso que anunciaban ciertos críticos que en su momento estuvieron vinculados a la industria del disco, nos encontramos en el mejor momento para la música clásica grabada. Es cierto. Me ponía un ejemplo: hace un par de décadas era casi imposible encontrar en las tiendas una muy buena grabación de la Séptima de Mahler. Ahora haces clic en el ordenador, en el móvil o en el mando a distancia y las tienes todas, desde la justamente mítica de Otto Klemperer, durante tanto tiempo inencontrable, hasta la que todavía no ha salido en Blu-ray pero va a hacerlo pronto. Es el caso, justamente, de la que ofreció Chailly con la Orquesta del Festival de Lucerna el pasado 16 de agosto, cuya filmación ustedes pueden ver de manera gratuita en el canal Arte (aquí). Yo acabo de hacerlo, y reconozco que me ha gustado bastante con la excepción –algunos ya lo están imaginando– del quinto movimiento.
El maestro milanés ya tenía dos versiones registradas, comentadas ambas en esta discografía comparada. La de 1994 en Berlín para Decca me parece modélica. La de 2014 en Leipzig para CMajor me gusta mucho menos. Esta de Lucerna sigue los pasos de la inmediatamente anterior, es decir, se desinteresa por los aspectos góticos de la partitura y se lancha en plancha sobre lo que tiene de festivo. Enfoque discutible, por tanto, pero que resulta válido si se realiza con convicción y –por descontado– virtuosismo suficiente, que en este sentido Mahler se las trae.
Si es parecida, pues, ¿por qué esta vez sí me ha gustado? Pues en parte quizá porque estoy ahora más abierto a estas otras opciones de hacer Mahler, pero también –diría que sobre todo– porque he encontrado a Chailly aún más intenso y sincero en su referida filmación en la Gewandhaus de Leipzig; menos frívolo, menos ligero en el mal sentido, y bastante más atrevido a la hora de clarificar texturas, subrayar claroscuros, marcar aristas tímbricas y regodearse en las gamberradas –ora llenas de desenfado juvenil, ora cargadas de retranca– que salen del ingenio del compositor.
El gran problema, el de siempre: un Finale escandaloso en el que, como la mayoría de los directores, se lanza a correr montando una gran fiesta en la que se pasa de largo ante las posibilidades líricas de la página, que las tiene. De reinterpretación tipo Klemperer, ni hablemos. Para los amantes de las puntuaciones, le ponemos un 8. A ver si pronto actualizo la discografía.
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