jueves, 22 de agosto de 2024

El último concierto de Leonard Bernstein

Con la fuerte carga de veneno que le caracteriza, el "periodista musical" más abyecto del orbe –me refiero al británico, aunque en España hay algunos que le siguen muy de cerca– sube un post en el que da por concluida la carrera de Daniel Barenboim. Bueno, si finalmente se acaba –ya veremos si es así, porque sus compromisos siguen en pie– será por cuestiones físicas, no por las mentales: un señor que acaba de hacer un sublime Concierto para violín de Brahms y la más imponente versión de La Grande de Schubert que se haya escuchado no puede considerarse mermado, sino más bien todo lo contrario. Pero claro, ahí están los maliciosos que ya sabemos apresurándose a dar el finiquito a quienes siempre han tenido odio. Y también están los profundos ignorantes –se cuentan por miles– que confunden lentitudes en el tempo con agotamiento del cuerpo y de la mente.

Pensando en ello he querido volver a escuchar el disco editado por DG con el último concierto de la carrera de Leonard Bernstein, ese que ofreció entre fuertes dolores, y dejando la obra propia que había en el programa en manos de otro director, el 19 de agosto de 1990 al frente de la Sinfónica de Boston. ¡Qué impresión!

Los Cuatro interludios marinos que Benjamin Britten extrajo de su Peter Grimes son un prodigio interpretativo, como también un revelador testimonio de cómo fue Lenny cambiando sus formas de hacer. Diecisiete años después de su registro en estudio, abandona el equilibrio entre impresionismo y expresionismo de antaño para decantarse claramente por una interpretación brumosa, atmosférica y de un sensualísimo sentido del color, también menos acentuada en sus picos de tensión, lo que no implica en modo alguno decadentismo ni excluye la fuerza interna, como tampoco la incisividad tímbrica –segundo movimiento– cuando es necesario. Lo más personal es una tormenta lentísima, diseccionada hasta en el menor detalle, pero adoptando un enfoque opresivo que, siendo muy interesante, resta fuerza y brillantez al resultado. Da igual: esta grabación hay que tenerla en la estantería.

De la Séptima sinfonía de Beethoven escribí lo siguiente en mi discografía comparada:

"Lenny dirigió manifiestamente cansado y enfermo en una lluviosa tarde de agosto ante una audiencia de seis mil personas en su querido Festival de Tangelwood. Le costó trabajo llegar al final. Fue su último concierto. Difícil es saber si somos nosotros los que queremos ver en esta lenta, densa y otoñal recreación un paisaje lleno de brumas teñido por una dulce y ensoñadora luz crepuscular, donde no hay lugar para la vitalidad, el desenfado ni –menos aún– la apoteosis de la danza, sino para la reflexión y una última lucha contra el destino de amargo sabor e incierto desenlace… Quizá, sí, esté en nuestra mente que este Allegretto no suena a Beethoven, sino a las inolvidables despedidas de la vida de Mahler que Bernstein supo recrear como nadie. Pero lo cierto es que esta Séptima discutible y fascinante está matizada de manera admirable (¡qué técnica soberbia la del maestro, capaz de llenar de sutiles inflexiones el fraseo sin perder de vista la arquitectura!), se encuentra expuesta con gran flexibilidad y enorme cantabilidad, extrae un provecho insólito del peso de los silencios y explora rincones sonoros y expresivos que la mayoría de los maestros ni siquiera habían intuido. La toma sonora no está a la altura de la época, pero eso importa poco: esto no es la Séptima de Beethoven, sino el testamento de un enorme director."

Debo corregir ahora lo de la toma de sonido: en mi renovado equipo suena francamente bien. Y quiero añadir que la fuerza que alcanzan los muy góticos Tríos del Scherzo resulta abrumadora. ¿Que esto no suena a la "música ligera de la época" que algunos musicólogos afirman que eran estas partituras beethovenianas? Desde luego. Pero no por ello la interpretación deja de revelar muchísimas cosas sobre la grandeza del compositor. ¡Y de su intérprete!

2 comentarios:

Fouquier de Tinville dijo...

Tengo ese disco y es realmente maravilloso, muy especial. Curiosamente la mejor Séptima que conozco es de Barenboim... El argentino está más allá del bien y del mal, en otra esfera, como el último Klemperer o el último Böhm, y yo sólo espero que haga más cosas, ¡y que se grabe todo!

Fernando López Vargas-Machuca dijo...

Sí, Fouquier, mi Séptima favorita de todas-todas es la de Barenboim con la WEDO editada por DG, grabada en Buenos Aires. Tuve la suerte de escucharla tan solo una semana antes en Sevilla, donde la incalificable crítica local fue incapaz ver que estaba ante algo verdaderamente histórico. Normal, no había instrumentos originales...

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