lunes, 4 de agosto de 2025

El primer Schumann de Solti

Suelen algunos veteranos de Scherzo –no hace falta que les diga lo poco que me gusta el equipo crítico de esa revista– que Sir Georg Solti fue mucho mejor director de ópera que de repertorio sinfónico. Se equivocan. Lo que sí es cierto es que la naturaleza del género lírico, que demanda una dosis de nervio, de contrastes y de teatralidad muy especiales, disimulaba mejor las carencias de una batuta que siempre tuvo muchísimo talento, pero solo con el tiempo fue enriqueciendo sus maneras de hacer con un fraseo más flexible, mayor atención a la sensualidad y una incisividad menos marcada. ¿Cuándo ocurrió eso?  Fácil: a lo largo de los años setenta, mientras trabajaba con la Sinfónica de Chicago. Pero en ambos terrenos, operístico y sinfónico, evolucionó más o menos de la misma forma, mezclando aciertos y errores hasta llegar a su edad de oro particular en los años ochenta.


Buen ejemplo de virtudes e insuficiencias del Solti anterior a Chicago es este disco registrado con magnífica toma en la Sofiensaal vienesa en noviembre de 1967, y que confieso no haber escuchado hasta ahora. Fue el primero de los que dedicó a Robert Schumann: Sinfonías nº 3 y 4. Las otras dos llegarían más tarde, en septiembre de 1969. En todos los casos se sirvió nada menos que de una Filarmónica de Viena a la que hizo sonar como él creía que debía de sonar, con más brillantez que terciopelo, y por ende de manera muy distinta a la que nos han acostumbrado la mayoría de los directores.

En esta 
Sinfonía nº 3, en la que modela con enorme detalle a la formación austriaca impresionante trabajo con las voces intermedias, triunfa en los movimientos extremos: un pelín rígidos, pero llenos de nervio, fuerza y sinceridad. Está francamente bien el cuarto, la visita a la catedral de Colonia, acumulando apreciable fuerza dramática sin necesidad de recurrir a lo gótico. En los movimientos segundo y tercero pincha por excesiva literalidad y escasez de vuelo poético.

Total, una versión desigual pero globalmente muy notable de la Renana, cosa que no se puede decir de la Sinfonía nº 4. El enfoque de un Schumann lleno de nervio, incisivo y temperamental hasta lo alucinado resulta válido a pesar de su unilateralidad, pero lo que no se puede admitir es la mezcla de rigidez, precipitación y carácter prosaico por parte del maestro. 

Funciona bien, en cualquier caso, el primer movimiento: a pesar de resultar algo más atosigante de la cuenta y de que las llamadas de las trompas resultan excesivas, el vigor indesmayable de la batuta, su perfecto control de los medios y su temperamento dramático ganan la partida. Bien a secas el segundo, no precisamente el colmo de la sensualidad, pero sí correctamente cantado y por descontado ajeno a la blandura por la que aquí otros directores se ven tentados. Mal el Scherzo: atosigante, insensible y machacón a pesar de la excelencia con la que se encuentra expuesto. El Finale, solo aceptable, porque de nuevo el exceso de temperamento se termina imponiendo.

Como curiosidad: he leído mi querido Bernad Herrmann tuvo un encontronazo con Solti uno más de los del neoyorquino a lo largo de su trayectoria en el que le echó a Sir George en cara los tempi que adoptaba en las sinfonías de Schumann. Sinceramente, creo que el problema no radicaba fundamentalmente en la velocidad. Era otra cosa.

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