Tchaikovsky compuso su Sinfonía Manfred en 1885, siete años después de la Cuarta y tres antes de la Quinta, Sería, por tanto, su "Sinfonía 4.5", si no fuera porque en realidad nos encontramos ante un poema sinfónico de una hora de duración cuyos cuatro movimientos responden a un programa basado en Lord Byron que el propio compositor quiso detallar. Si ustedes lo desean, pueden leerlo en la Wikipedia.
¿Le salió a Tchaikovsky una gran obra? Creo que no. Tampoco me cuento entre quienes la consideran una basura: hay cosas de suficiente interés, sobre todo en el primer movimiento, como para ser tenida en cuenta. Aquí van algunas orientaciones discográficas. Solo les ruego que no se tomen los de las puntuaciones demasiado en serio.
1. Markevitch/Sinfónica de Londres (Philips, 1963). Desde los
primeros compases, con esas maderas de sonoridad particularmente rústica, queda
claro que Markevitch va a ofrecer una interpretación marcadamente rusa,
vibrante e impetuosa, dotada de esa electricidad, esa frescura y esa ausencia
de retórica propia de maestro, haciendo uso de un fraseo ágil al tiempo que se
permite frasear con apreciable cantabilidad los momentos líricos. Eso sí, no es
una interpretación particularmente poética: el segundo movimiento es bueno sin
más, mientras que el tercero engancha mucho antes por su apasionamiento que por
su capacidad para destilar sensualidad. Lo mejor es el último movimiento: orgía
rebosante de sabor folclórico y de brillantez bien entendida, con un
tratamiento virulento de las maderas y una expresividad tan adecuadamente
frenética como bien controlada, para pasar luego a una sección dramática de
enorme fuerza trágica en la que se alcanzan altísimas cotas de rebeldía y
desesperación. El final, en el que por desgracia el órgano se ha sustituido por
las maderas, se decanta más por la tragedia que por la elevación espiritual. Excelente
la toma, cortesía del mismísimo Vittorio Negri. (9)
2. Maazel/Filarmónica de Viena (Decca-HDTT, 1971). Lejos del carácter agreste de otras recreaciones, el joven Maazel ofrece un colorido rico, un lirismo elegante y una expresividad que, sin renunciar en modo alguno a la tensión
dramática, ofrece luminosidad, refinamiento y delectación sonora. Ni que
decir tiene que con todo esto tiene mucho que ver la presencia de una Filarmónica
de Viena que comenzaba a entrar en el mejor momento de su historia –años
setenta y ochenta- y es aprovechada plenamente por un maestro dispuesto a
extraer de ella toda su increíble belleza sin caer, por ventura, en el mero
hedonismo sonoro. Por otro lado el fraseo resulta ágil y efervescente –los tempi son considerablemente rápidos, salvo en el
segundo movimiento-, aunque eso significa al mismo tiempo algo de nerviosismo y
clímax antes electrizantes, externos incluso, que dichos a través de una ominosa
acumulación de tensiones, lo que no quita que la sección dramática final antes
de que intervenga el órgano adquiera una fuerza arrolladora. La remasterización
en alta definición realizada por HDDT resulta más incisiva de la
cuenta, como es habitual en el sello, pero esto no le sienta precisamente mal a
esta partitura; por otro lado, el relieve que adquieren las frecuencias graves
otorga al órgano una presencia abrumadora que resulta decisiva en la
conclusión. (9)
3. Previn/Sinfónica de Londres (EMI, 1973). Si alguien todavía
duda del virtuosismo que era capaz de alcanzar un director y una orquesta en
teoría no de primerísima como Previn y la LSO, que escuche el segundo de esta
interpretación, un prodigio de refinamiento y trasparencia en el tratamiento de
las texturas. En cualquier caso, lo importante es que el maestro demuestra no
solo un pleno conocimiento del lenguaje tchaikovskiano, particularmente en lo
que al canto de la cuerda y de las maderas se refiere y al colorido ocre que
necesita, sino también la poderosa convicción expresiva de que hace gala tanto
cuando se trata de ponerse encrespado –apabullante pathos del
movimiento inicial– como a la hora de ofrecer delicadeza, sensualidad y
pintoresquismo: a pocos directores el Vivace con spirito antes referido o el
Andante con moto que viene a continuación le habrá sonado con semejante encanto
sin acercarse ni un milímetro a lo trivial. La toma, espléndida en lo que a
equilibrio de plano y espacialidad de refiere, ha sido restaurada en Japón en
2019 eliminando toda distorsión y recogiendo de manera impresionante los
sonidos más graves. El órgano sale muy beneficiado. (9)
4. Rostropovich/Filarmónica de Londres (EMI, 1976). Es la manera de paladear que tiene de paladear las melodías, con la misma
cantabilidad, calidez y humanismo con que lo hace con su violonchelo, lo que
distingue a la aproximación de Rostropovich, emotivo a más no poder y con un
punto muy especial de ternura, incluso de fragilidad bien entendida, cada vez
que aparece el tema de la amada Astarte, pero asimismo capaz de recrear de
manera adecuada las atmósferas ominosas del primer movimiento –los tempi más
bien lentos ayudan–, de ofrecer delicadas texturas en el segundo y de evocar
con inocente distensión la bucólica atmósfera del tercero. Es en el cuarto
donde, en comparación con por ejemplo un Markevitch, se echa de menos la
sonoridad rústica, la electricidad en el fraseo y la tensión dramática que las
escenas orgiásticas parecen pedir, si bien la elevación espiritual del final sí
que se encuentra muy conseguida. (9)
5. Ashkenazy/Orquesta New Philharmonia (Decca, 1977). En la
que quizá fuera una de sus primeras grabaciones dirigiendo gran repertorio
sinfónico, el de Gorki se pone al frente de la orquesta de Muti para ofrecer
una lectura decidida e impetuosa, ajena a ensoñaciones y preciosismos,
particularmente acertada en un primer movimiento áspero y dramático. En los dos
siguientes procura exorcizar las debilidades de la música aportando entusiasmo
sin restar atención al detalle; podrá echarse de menos poesía, pero el conjunto
funciona. La escena de la orgía no parece interesarle demasiado –incluso hay
líneas de las maderas que no se oyen bien–, guardando toda la inspiración y
fuerza dramática para una sección final que aporta una dosis de nobleza muy
bienvenida. El productor Kenneth Wilkinson garantiza un buen equilibrio de
planos y apreciable fidelidad tímbrica, pero queda lejos de la imponente gama
dinámica con que se recogerá a la misma orquesta cuatro años más tarde bajo la
batuta de Muti. (9)
6. Tilson Thomas/Sinfónica de Londres (CBS, 1979). Buena grabación en Abbey Road para una lectura que triunfa por todo lo alto en un
primer movimiento tan dramático como profundo y reflexivo, soberanamente
trazado, acertadísimo en el tratamiento de las maderas, en el que Tilson Thomas
demuestra tanto control de los medios como vena tchaikovskiana. En los
movimientos centrales, al contrario que Ashkenazy, no lucha contra la música:
deja que esta fluya con su dosis de encanto e indisimulada trivialidad al tiempo
que trata muy bien las texturas. Notabilísimo el Finale en todas sus secciones,
muy brillante pero siempre bajo control. (8)
7. Muti/Orquesta Philharmonia (EMI, 1981). La Philharmonia
vuelve al Kingsway Hall tan solo cuatro años después de la grabación con
Ashkenazy para repetir la jugada, esta vez con su titular. ¿Estaba Muti celoso
de los resultados obtenidos? Parece posible. Lo cierto es que los alcanza y
supera con una recreación descomunal en el que el temperamento fogosísimo e
hiperdramático pero no precisamente exento de cantabilidad, de sensualidad y de
sentido de la atmósfera del maestro italiano se funde con la sonoridad robusta,
densa y rústica en el mejor de los sentidos de la formación británica, con
resultados de sabor absoluta y sorprendentemente ruso. A destacar el fraseo
firme, tenso y concentrado con que la batuta recrea la obra, cediendo siempre a
la flexibilidad que exige el sentido melódico tchaikovskiano pero sin dejar de
mirar en todo momento hacia la acumulación de tensiones en clímax impactantes,
así como el prodigio de un segundo movimiento que sabe ser ágil, transparente y
delicado sin caer en la ligereza mal entendida ni en el preciosismo sonoro, por
no hablar del carácter opresivo y oscuro del primer movimiento, del lirismo en
absoluto blando del tercero y de la grandeza inmensa sin ápice de retórica del
cuarto. La toma sonora, aun adoleciendo de esa sequedad propia de las
grabaciones de EMI a finales de los setenta y principios de los ochenta, posee
una plasticidad muy notable y una gama dinámica extraordinaria, algo decisivo
en una obra como la presente. (10)
8. Chailly/Orquesta del Concertgebouw (Decca, 1987). Años
antes de empezar a perder los papeles, y por ende sin la menor pretensión de
realizar “descubrimientos” o de mostrarse diferente a los demás, Chailly va
directo al grano ofreciendo una interpretación en la que el trazo es
irreprochable, las melodías se encuentran muy bien cantadas –nada de
trivialidad ni de blandura–, el tratamiento de las texturas es prodigioso
(¡maravillosas irisaciones de la cascada en la secuencia del hada!) y la
exhibición de virtuosismo por parte de batuta y orquesta resulta todo un
espectáculo. Notabilísima interpretación, pues, que solo cede ante la
emotividad melódica de Rostropovich, la sana rusticidad de Markevitch y, sobre
todo, la elevadísima inspiración de un Maazel y el carácter hiperdramático
de Muti. Espléndida la toma. (9)
10. Vladimir Jurowski/Filarmónica de Londres (London
Philharmonic, 2004). Discreta toma en vivo –y eso que se distribuye en alta
definición– para una lectura desigual. Acierta la batuta al cantar con nobleza
el primer movimiento, pero no sabe dotarlo de pulso interno ni de los adecuados
contrastes; solo la sección final parece recoger el espíritu atormentado de la
página. Ágil y particularmente bullicioso el segundo movimiento, pero carente
de la magia feérica que demanda; muy vehemente y más saltarina de la cuenta su
sección central. El Andante con moto, siempre que se acepte una visión mucho
antes extrovertida que paladeada, es una delicia por su perfecta mezcla de goce
vital, sensualidad, elegancia y belleza sonora, todo ello galvanizado por una
sinceridad que no deja espacio para preciosismos. espléndido el movimiento
conclusivo, aunque al maestro le cuesta –no es culpa suya– dotar de unidad a la
música. (8)
11. Vladimir Jurowski/Filarmónica de Londres (YouTube, 2012). Los
ocho años que han pasado desde su registro en audio no han cambiado en modo
alguno el concepto, pero a mi entender el movimiento inicial funciona ahora
bastante mejor, con más tensión interna, garra y sentido dramático. De nuevo
efervescencia pura el segundo, para lo bueno y para lo menos bueno, e intensísima
efusividad para un tercero expansivo, panteísta, de enorme palpitación interna
y quizá todavía –escúchese el oboe en el arranque– un poquito más inspirado. A
destacar la flexibilidad del fraseo, pero también la presencia de ciertos desajustes
que, a decir verdad, afectan a toda la interpretación: la orquesta dista de
estar en plena forma. Rutilante, fogoso, pero siempre muy controlado el Finale.
(9)
12. Sokhiev/Filarmónica de Berlín (DCH, 2014). La orquesta, además de formidable, es muy adecuada por su sonoridades oscuras y prietas, aunque sería preferible una mayor dosis de rusticidad. La batuta parece muy centrada, si bien a ella precisamente se le podría pedir una sonoridad más áspera, así como un lirismo más recio e intenso, pues el suyo por momentos parece que tiende hacia lo excesivamente delicado. Tampoco parece que la garra dramática sea la mayor posible. (8)
13. Chailly/Orquesta del Festival de Lucerna (Blu-ray Accentus,
2017). Aunque hay aquí y allá algunos detalles discutibles que ponen en
evidencia el giro a peor del maestro, Chailly repite su gran logro de años
atrás con una interpretación muy sensata en lo expresivo, altamente
comprometida y soberbiamente puesta en sonidos por una orquesta en plena forma
a la que la batuta sabe extraer el mejor rendimiento posible. La toma es
absolutamente sensacional. (8)
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