Tercera y última función, la del jueves 7 de julio, de Il turco in Italia en la Staatsoper de Viena dentro de la Rossinimanía organizada por Cecilia Bartoli. Enorme abundancia de un determinado tipo de público, ese que sigue con especial fervor al equivalente operístico de Rocío Jurado: ustedes ya me entienden. Precios elevados, aunque no tanto como los de nuestro descaradísimo Teatro Real: 79 euros arriba del todo. Una pregunta me inquietaba: ¿se oiría bien desde ahí a la diva romana? Pues sí, perfectamente. Además, estuvo formidable. Días antes había vuelto a ver su filmación en la Ópera de Zúrich de hace la friolera de veinte años, y no se puede negar que la voz ha perdido algo de peso y redondez, pero el arte sigue ahí cuando de Gioacchino Rossini se trata. No hace falta decir más. Bueno, sí: que lo mejor de su canto sigue siendo un legato maravilloso, y que en “Squallida veste e bruna” alcanzó una altura estratosférica. La piel de gallina.
A despecho de alguna nota aislada por ahí abajo, Ildebrando D’Arcangelo fue un Selim sensacional –infinitamente mejor que Raimondi en el vídeo citado– que recordó al Ramey de los mejores tiempos: voz “de verdad”, técnica de gran solidez y expresión viril que evita toda bufonería sin perder frescura ni desparpajo. Su imponente porte físico, ideal para el personaje.
A Nicola Alaimo le falta variedad en la expresión musical para ser un gran recreador de Don Geronio, pero suplió la insuficiencia con una actuación escénica sensacional; volveré el asunto en la próxima entrada. El ingrato papel de Don Narciso le tocó en suerte a Barry Banks, que apechugó con él con una profesionalidad a prueba de bombas. El poeta Prosdocimo aún resulta menos lucido: Giovanni Romeo fue de menos a más en la función que presencié. Mucho más apetecible el de Zaida, un bomboncito en la voz de la buena mezzo Josè María Lo Monaco. Sobre la dirección de Gianluca Capuano ya dije algo en la entrada anterior: ágil y con nervio, pero más bien gruesa en lo sonoro.
Tenía miedo de la producción de Jean-Louis Grinda, porque al regista de Monte-Carlo le había presenciado una horrenda Tosca en Les Arts (“una de las peores puestas en escena de cualquier título operístico que he visto en mi vida”, escribí en este mismo blog). Los temores desaparecieron pronto. Esta producción es muy hermosa en lo visual, se encuentra francamente bien resuelta en lo teatral y saca buen provecho del carácter metalingüístico del libreto de Felice Romani, yendo mucho más allá de donde alcanzó Cesare Lievi en la citada producción suiza: aquí nos encontramos ante una filmación de una comedia italiana de sal gruesa de los años cincuenta. Funciona de maravilla. ¿Ven ustedes como no hace falta contradecir a la música ni trazar dramaturgias ajenas al sentido del original para hacer algo personal, distinto y creativo?
En fin, una gran noche de ópera que hubiera sido grandísima de contar con una batuta mejor que la que se trajo Doña Cecilia. En cualquier caso, una gozada.
3 comentarios:
Ya sé que no tiene nada que ver ni con Cecilia ni con Viena...Pero que le parece el nombramiento de Gimeno como director titular del Real?
Pues no tengo mucha idea de lo de Gimeno. Le he escuchado algunos discos más un vídeo con la Filarmónica de Berlín. Tiene enorme técnica, y eso es muy bueno, pero de su maestro Abbado ha heredado una tendencia a la levedad sonora que no me hace la menor gracia. ¡Saludos!
Por las fotos que circulan y por su crónica, se ve que es una chulada la producción!!! (tengo entendido que se filmó/transmitió la función). Ojalá y la publiquen en dvd/bluray como L'italiana de Salzburgo.
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