Le envié a Pedro González Mira, entre otros amigos, la transmisión radiofónica del concierto de Daniel Barenboim, Anne-Sophie Mutter y la West-Eastern Divan Orchestra del pasado día 11 de agosto. Mismo programa que les escuché en la velada del día 7 en Bremen que comenté aquí mismo: Concierto para violín de Brahms y La Grande de Schubert, pero omitiendo (¡lástima!) el bis de Mendelssohn. Me lo agradeció Pedro con un largo comentario que considero una joyita de la crítica musical. Tanto, que le he pedido permiso para publicarlo aquí en mi blog. Aquí va. ¡Gracias, Pedro!
Usted, querido lector, puede escuchar el concierto durante un mes en este enlace.
Ah, las fotografías son de Chris Christodoulou y proceden del Facebook oficial de la orquesta.
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El concierto de Barenboim en los Proms de 2024, por Pedro González Mira
Una vez más me desconciertan los modos de operar de Barenboim desde que cayó en la enfermedad.
Me resulta muy difícil expresar con palabras las impresiones que recibo. Fundamentalmente, porque no percibo en sus trabajos digamos que líneas habituales; no veo que se trate de interpretaciones como resultados de preparaciones previas o planes para una realización. Sus maneras de poner las manos sobre la música ahora más bien me parecen experimentos, producto de estados de ánimo que tienen que ver con una línea mental que navega en solitario, teniendo muy poco en cuenta factores externos a la obra, y solamente los juegos que se pueden hacer con los sonidos que la determinan. La impresión que tengo al escuchar cosas así es la de estar asistiendo a un profundo acto de comunicación estético entre un director y sus músicos, armado para montar unos discursos que en absoluto pueden ser valorados con los estándares que siempre hemos utilizado. Hablar de versiones arrebatadoras o reflexivas, líricas o dramáticas, filosóficas o cualquier otro adjetivo al uso se me queda muy corto. Aquí están pasando, me parece, otras cosas.
Yo creo que este señor actúa como una especie de "muerto viviente" que poco tiene ya que ver con cualesquiera circunstancias que rodeen al hecho interpretativo en sí. Para mí lo que intenta es una inmersión en el alma de la música, prescindiendo totalmente de intenciones sentimentales previas, buscando solo y exclusivamente el valor de las notas y, sobre todo, la forma en que estas se relacionan, tantas veces en secuencias mágicas, inasibles, sublimes. Una salida al encuentro de cada instante sonoro, que cada vez va a ser diferente y único, para urdir un determinado estado de ánimo, que en realidad es lo que define el valor de la emoción que nos produce. En este sentido, a veces me parece que sus interpretaciones se convierten en un verdadero acto de exaltación de su propia individualidad; otras, en actos de celebración colectiva con los músicos de su orquesta; y otras, en extraordinarios estudios experimentales en busca de nuevos valores sonoros. Esto último es quizá lo más novedoso para nuestros oídos, al fin y al cabo durante años y años acostumbrados a los mismos afectos sonoros. Y las mismas fórmulas. El clasicismo, hoy, debe de ser un valor a superar. Y, en ese sentido, lo que más me interesa del último Barenboim es eso. Lo hace mirando hacia adentro, en un necesario ejercicio de estilización de las notas que conduce de cabeza a una modernidad cada vez más perdida en los grandes catálogos de la música clásica.
Digo todo esto a raíz de estas dos versiones, que creo que poco tienen que ver la una con la otra.
En la del Concierto para violín Barenboim tiene que sufrir a un solista que va por libre. La Mutter, que técnicamente está prodigiosa, se enzarza en un trazado híper romántico que atraviesa su cuerpo desde los pies a la cabeza y nos deja a todos estupefactos, a pesar de los evidentes excesos. Mientras, el director se ocupa de una orquesta que convierte en un grupo de solistas que, sin tener que llegar a cotas de virtuosismo similar, alcanza un protagonismo semejante. O dicho de otra manera: esto no es un concierto para violín y orquesta, sino un concierto para violín y otros solistas. Estos últimos no subrayan: aclaran, añaden, aportan explicaciones, etcétera. El choque de trenes, totalmente formidable, se presenta como el motor de una versión en la que Mutter se instala en la zona más confortable, pero tantas veces ya explicada, mientras que Barenboim lo hace en un terreno desconocido plagado de sugerencias e invitaciones a sus músicos hasta convertirlos en medio para explicar otro romanticismo bien distinto: el de la observación a distancia, el del anhelo melódico. Todos y cada uno de los dúos o conjuntos entre la Mutter y los demás músicos son de una elocuencia expresiva de inescrutable e inexplicable hondura; y parecen demandados por una mente rectora que sabe que tiene los días contados. El movimiento lento, para mí el cénit de la versión, es como una soberbia y maravillosa esquela virtual.
La lectura de la sinfonía de Schubert es otra cosa. Barenboim en soledad. A la búsqueda de lo desconocido. Un auténtico estudio sonoro. Una propuesta anticlásica. Lo más admirable, la fuerza que emana. Es increíble. ¡Se debería embalsamar esta cabeza!
Pedro González Mira, 13.VIII.2024
2 comentarios:
¡Espero que esa Grande se publique pronto!
Coincido con PGM en que Barenboim, desde unos años a esta parte, ha saltado a una nueva fase (incluso antes de la enfermedad).
No creo que eso se publique jamás. ¡Lástima!
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