sábado, 19 de julio de 2025

Sobre Roger Norrington y otros historicistas

Ha fallecido a los 91 años, después de algún tiempo retirado de la dirección de orquesta, Sir Roger Norrington. Quienes siguen este blog sabrán que me hace poca gracia el arte del maestro británico, pero ello no me impide sentir un poco de pena. Eso sí, bicheo entre reacciones y obituarios y no encuentro a nadie que se pare a decir cómo dirigía este señor: se habla de su carácter revolucionario y tal adoptando instrumentos originales para Schumann, Brahms, Bruckner y Wagner hizo poco Barroco, pero no se dice nada sobre sus maneras expresivas, que son demasiado personales como para pasarlas por alto.

Me ha llamado de manera particular la atención del texto escrito ayer por Norman Lebrecht en su página, hoy reproducido en Scherzo traducido al castellano. Lo califica como verdadero santo casi literalmente en lo personal, y al mismo tiempo lo compara con Hogwood y Gardiner diciendo que, a diferencia de estos dos colegas, "no era arrogante ni codicioso". En fin, vuelta a la profunda estupidez que ya planteara el polemista británico en su primer libro, El mito del maestro, según la cual los directores de orquesta se dividirían entre aquellos que buscan dinero y fama por la vía rápida, que serían los malos de Karajan a Barenboim pasando por Maazel, y aquellos laboriosos y humiles artesanos empezando por su amado Rattle, por aquel entonces todavía en Birmingham que solo se interesan por la verdad de la música; obviamente, estos últimos serían los buenos. La gracia es que Lebrecht termina su obituario largando muy duramente contra David Hurwitz, el más conocidos de los detractores de Norrington, cuando el crítico norteamericano, por muy desconcertantes y discutibles que sean sus apreciaciones, sí que sabe distinguir formalmente entre una interpretación y otra. Lebrecht no tiene idea de cómo hacerlo, y por eso recurre siempre al chismorreo.

Las maneras de Norrington, decía. Voy a ver si logro hacerle justicia. Al margen de la utilización de instrumentos originales durante una buena parte de su carrera y del rechazo al vibrato continuo como uno de sus principales caballos de batalla, el de Oxford se caracterizaba por dos intereses. Uno, obtener la mayor levedad sonora posible. Dos, frasear con agilidad y carácter bullicioso, como si quisiera devolver a la música del clasicismo y primer romanticismo un sentido del humor risueño que presuntamente habría perdido con el paso del tiempo, aplastado por las densidades sonoras e intelectuales impuestas por la posterior tradición wagneriana. La progresiva radicalización de estas maneras de hacer, sobre todo a partir de que disolviese sus London Classical Players y se pasase a la "tercera vía" poniéndose al frente de su Orquesta Sinfónica de la SWR de Stuttgart, unida a la ampliación de sus combativas maneras hasta el mismísimo Gustav Mahler, extendieron su imagen de agitador de conciencias, de renovador muy influyente de la praxis interpretativa y, al mismo tiempo, de batuta de escaso talento aupada por su pretenciosidad.

¿Mi opinión? Las interpretaciones de Norrington me resultan con frecuencia insustanciales, cuando no blandas o abiertamente cursis. Soy de los que pienso que fue muy pretencioso, pero le reconozco sabiduría no hay más que leer cualquiera de sus notas al programa, coherencia e ideas. También considero que hay algo de verdad en eso de devolverle alegría a la música. Cuanto más densa la partitura, peores eran sus resultados. A mayor dosis de animación, ligereza y carácter bullicioso en las notas, mejor le salía. A mí me gusta su disco de oberturas de Rossini, y considero aunque algún amigo se riera de mí años atrás que algunos de los finales de sinfonías de Beethoven están francamente bien. ¡No todo en el de Bonn va a ser pathos dramático! En el extremo opuesto, su Wagner es delirante, por mucho que algunos se empeñen en que el mero hecho de resultar desmitificador sea un valor en sí mismo.

Dicho todo esto, me parece importante distinguir a Norrington de otros maestros de la misma o parecida generación que abordaron el repertorio desde finales del XVIII con maneras "históricamente informadas": tanto admiradores como detractores tienden a meterle en el mismo saco que a otros, y eso resulta profundamente erróneo.

Poco tiene que ver Norrington con Harnoncourt. El berlinés, personalísimo él, basaba su arte en los más profundos contrastes teatrales, en las descargas de electricidad e incluso en la aspereza. En lo que a humor se refiere, solo se interesó por el que albergaba socarronería. Norrington le prestó mucho más interés a la belleza sonora, rehuyó de los grandes claroscuros y siempre intentó sonar luminoso y bienhumorado.

Aun compartiendo su tendencia a los tempi muy rápidos, Gardiner también se encuentra en sus antípodas: su fraseo rígido y cargado de nervio, su desinterés por todo lo sensual o efusivo, lo apartan del carácter mucho más curvilíneo, menos incisivo y más amable de Sir Roger. Por lo demás, Sir John es el más claramente director de todos los nombres aquí relacionados, el que mejor domina los recursos de la orquesta.

Hogwood, que prudentemente nunca quiso ir más allá de Beethoven, no se encuentra tan distante en sus maneras de plantear un Mozart equilibrado y neoclásico, elegante y sin exceso de pathos. El bueno de Chris, eso sí, adolecía de cierta falta de técnica, tendía a lo superficial y con frecuencia resultaba soso, amén de parco en matices, pero también se mostraba más ortodoxo que nuestro artista, más creativo e iconoclasta.

Frans Brüggen es visto por algunos como el más tradicional de estos directores. Se equivocan: esa etiqueta, en todo caso, iría para el citado Gardiner, una especie de Toscanini con instrumentos originales. La praxis de Brüggen era total y absolutamente historicista, solo que de escuela holandesa, léase luterana. Austeridad, distanciamiento, gran atención a lo reflexivo y cierto carácter sombrío. Nada que ver con el mundo distendido, luminoso y con frecuencia saltarín cuando no gamberro de Norrington.

De Pinnock no puedo decir mucho, porque no abundan los testimonios de sus acercamientos "de tercera vía" al repertorio decimonónico. Su Haydn y Mozart, que fueron con instrumentos originales, sí que encuentran parentesco conceptual con Norrington, pero a mi entender la musicalidad de Trevor es aplastantemente superior: él no confunde alegría con trivialidad, lo ágil con lo excesivamente aéreo, la efervescencia con la ausencia de claroscuros, la ternura con lo blando. 

En fin, aplaudan a Norrington o apártense de él según sus gustos e intereses, pero no lo mezclen con nadie más. Bueno, con uno sí. ¿Saben quién se aproximó muchísimo, en los últimos años de su carrera, a Sir Roger? Nada menos que Claudio Abbado. Pero esa es otra historia.

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