martes, 18 de junio de 2024

Un día de coros y corales en Leipzig (III): Reinhard Goebel sigue reivindicando los instrumentos modernos

Además de recuperar muchísimo repertorio barroco centroeuropeo –de desigual calidad, ciertamente–, Reinhard Goebel (n. 1952) revolucionó a lo largo de los años ochenta la praxis interpretativa con instrumentos originales, tanto en su faceta de violinista como poniéndose al frente de Musica Antiqua Köln. Entusiasmó a muchos y le puso los pelos de punta a muchos otros. Vistas las cosas desde la distancia, había razones para las dos cosas, pero más para lo primero que para lo segundo. Lo de Antonini y sus chicos vendría después, y no supería en radicalidad –tampoco en musicalidad– a los planteamientos del alemán. Una enfermedad seria –en su momento me dijeron que se le quedó medio cuerpo paralizado– puso a Goebel fuera de órbita. Creo recordar que la primera vez que le escuché en directo, en el Teatro Lope de Vega de Sevilla allá a mediados de los noventa, venía tocando la viola y haciéndolo con el otro brazo.

Pero el maestro siguió dirigiendo hasta que disolvió su grupo y decidió, un poco a la manera de Harnoncourt, dar un puñetazo en las narices a sus propios seguidores. "¿Así que os habéis creído lo de los instrumentos originales, verdad? ¡Pues ahora afirmo que los modernos son mejores para hacer el Barroco!". Y así hasta hoy, incluyendo colaboraciones con la Filarmónica de Berlín –con su nombre verdadero o con el disfraz de Berliner Barok Solisten– y alternando cosas sensacionales con otras bastante menos buenas: su última grabación de los Conciertos de Brandeburgo es muchísimo menos interesante que la primera, todavía hoy la referencia.

Sea como fuere, acudí lleno de entusiasmo al Paulinum de Leipzig (leer entrada anterior) para escucharle –creo que por tercera vez– en directo. Incluso me llevé el libreto de la edición completa de sus grabaciones para Archiv, que me firmó muy amablemente –apoyándose en mi espalda, el pobre–. ¿Y el concierto? Maravilloso. Primero, obras de esas que al artista alemán le gusta recuperar. En este caso, páginas firmadas por Johann Sommer, Johann Schelle y Johann Fischer que se traían a colación del tema de esta edición del Bachfest de Leipzig: el uso del coral luterano. Goebel lo explicaba todo de maravilla en las notas del programa, que por fortuna incluían traducción al inglés. Seguidamente, dos páginas hermosísimas que dejaban bien claro hasta qué punto el señor Johann Sebastian hizo tales maravillas con los corales que, tras su muerte, "fuese y no hubo nada": cantatas para soprano Ein Herze schwimmt im Blut, BWV 199.1 y Jauchzet Gott allen landen, BWV 51. Esta última la amo especialmente, porque fue la primera cantata bachiana que compré en mi vida –Kirkby con Gardiner, por si alguien tiene curiosidad–. Goebel tuvo el acierto de ofrecerla en una espectacular edición con timbales y no una sino dos trompetas, todo ello cortesía de Wilhelm Friedemann Bach.

 

La orquesta era el Neues Bachisches Collegium Musicum de Leipzig. Ustedes la recordarán por Max Pommer. Instrumentos modernos, sí, con sus arcos bien largos y todo eso. Articulación históricamente informadísima. Tensión dramática, agilidad sin ligereza mal entendida, apreciables contrastes y un cierto sentido de la "densidad germánica" fueron las señas de identidad interpretativa: Goebel sigue siendo él mismo, un radical para sus detractores de toda la vida y un apóstata traidor para el clan de la cuerda de tripa. Que les den morcilla a todos ellos: los que estábamos en la sala aplaudimos a rabiar. ¡Qué maravilloso primer movimiento, dicho sea de paso, el de la BWV 51! ¡Qué fuerza, qué luz y qué entusiasmo salían de la batuta, a pesar del evidente deterioro físico del maestro! Y no quiero olvidarme de las maravillosas intervenciones de oboe y clave, además de la trompeta que se encargó de la Sinfonía extraída de la BWV 75.

Lo menos excepcional fue la soprano Elisabeth Breuer, una voz no particularmente bonita con problemas en las notas más agudas –Elisabeth Schwarzkopf también los tiene en estas dos obras, dicho sea de paso–. En cualquier caso, se mostró comodísima en las agilidades y supo no confundir ligereza con carácter aniñado. Su canto ofreció buen gusto y lirismo de buena ley.

El concierto terminó a la una y cuarto. Aproveché para visitar el Antiguo Ayuntamiento –entrada gratuita– y ver el celebérrimo retrato de Bach, que ya puse en otra entrada. Y de ahí, a comer en el famosísimo sótano conocido como Auerbachs Keller: exquisita comida a precio elevado, por aquello de Goethe y el mito de Fausto. Pero esa es otra historia que no les voy a contar.

4 comentarios:

Javier dijo...

Goebel y su conjunto fueron destacados artífices en la interpretación historicista no exentos de desacuerdos y rivalidad con otros intérpretes del movimiento HIP. Los tempi de los Brandemburgo hicieron que estás interpretaciones fueran consideradas por algunos colegas
poco más o menos que recreaciones pecadoras. Hablando en una ocasión con Wilbert Hazelzet, flauta traverso de Musica Antigua Koln, me decía que de alguna manera Goebel tenía intención de no alargar su carrera de violinista más allá de la cincuentena. Me habló de un accidente de moto en el que Goebel, aparte de quedar maltrecho, destrozó su mejor violín. Como tras su enfermedad neurológica trató de cambiar su técnica para después acabar vendiendo su colección de instrumentos históricos y replantearse muchas cosas.

Fernando López Vargas-Machuca dijo...

Muchísimas gracias por la información. De lo del accidente no tenía idea. Pensé que era algo exclusivamente neurológico, o creo que eso me dijeron. Sé de sus enfrentamientos con otros grupos, y tengo entendido que el señor tiene carácter. En cualquier caso, creo que el paso del tiempo nos permite valorar de manera muy positiva su legado. Por cierto, Hazelzet me parece un músico inmenso.

Javier dijo...

Gracias a usted, Fernando. Sí, lo que más condicionó a Goebel fue la enfermedad neurológica. Menuda faena, la verdad. Respecto a Wilbert, es un gran músico y un extraordinario docente que se ha prodigado en clases magistrales en nuestro país. Recuerdo asistir a una de sus clases con alumnos de distintos países europeos.Su sensibilidad, conocimiento y cultura son extraordinarios. Siempre acompañado de su parthener, el clavecinista Jacques Ogg, dominaba a la perfección cinco idiomas en los se dirigía a cada uno de los distintos alumnos. Su conocimiento de la flauta barroca es superlativo. Un músico referencial. Un intérprete carismático que ha tocado con los mejores. Un flautista que ha grabado monográficos Dornel o Hotteterre (Glossa) en España, precisamente en la iglesia San Miguel de Cuenca.

Fernando López Vargas-Machuca dijo...

Mmm, ahora mismo recuerdo estupendo disco con una transcripción de las suites de Bach grabadas precisamente ahí, en la célebre (desde el punto de vista fonográfico) iglesia de San Miguel de Cuenca. Confieso que hace muchos años que no lo escucho. Ay.

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