jueves, 2 de mayo de 2019

Barenboim a los trece añitos

La caja que ha editado Deutsche Grammophon con las grabaciones para piano solo realizadas por Daniel Barenboim para el sello amarillo incluye un disco grabado en Londres con sonido aún monofónico allá por 1955 cuando el de Buenos Aires contaba tan solo trece añitos. Repertorio curiosísimo integrado por páginas de Johann Christian Bach, Pergolesi, Mozart (las Variaciones “Ah, vous dirai-je, Maman”), Mendelssohn, Brahms, Kabalevsky y Shostakovich. Me he quedado de piedra: este señor, este chavalito, era ya un pianista de enorme categoría. Y no me refiero a que tocara estupendamente, por agilidad digital y por el dominio de los recursos propios del piano. Estoy hablando de interpretación propiamente dicha.


Y es que ya está aquí el Barenboim que todos conocemos. Está el pianista que sabe frasear con flexibilidad, calidez y sentido orgánico, otorgando lógica a gradaciones y acentos; el que sabe aunar lirismo con pathos sin dejar de extrovertido y luminoso cuando debe; el que se atreve a plantear un J. C. Bach y un Pergolesi atrevidos en las dinámicas y hondos en la expresión sin que eso suponga disparate estilístico; el que sabe ser coqueto y galante en Mozart sin caer en la blandura o el preciosismo; el que atiende a la agilidad de Mendelssohn sin que el sonido pierda densidad ni la expresión caiga en lo frívolo.

Pero también hay otro Barenboim, este el más inesperado: el que destila un tremendo humor en el Intermezzo op. 119/3 de Brahms o efervescencia en los movimientos extremos de la Sonatina op, 13/1 de Kabalevsky. Y el que ofrece, oh sorpresa, siete preludios de Shostakovich dichos con una perfecta comprensión del universo del compositor, incluyendo todo su sentido de la ironía y de la inquietud, su capacidad para formular interrogantes, al tiempo que sabe ser gamberro y juguetón. ¡Menudo pibe!

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