martes, 12 de junio de 2018

Magnífico Schiff, excelso Blomstedt

Formidable concierto el ofrecido el 21 de enero de 2017 por la Filarmónica de Berlín, disponible en la Digital Concert Hall, con la participación de un espléndido András Schiff y bajo la batuta de un todavía más extraordinario Herbert Blomstedt. En los atriles, el Concierto para piano nº 3 de Bartók y la Sinfonía nº 1 de Brahms.


He repasado la filmación de la página bartokiana que, bajo la idiomática y comprometida batuta de un aun joven Sir Simon Rattle, permite comprobar cómo era esta entendida por el pianista húngaro allá en 1997. Queda claro que veinte años no pasan en balde: si por aquel entonces se mostraba muy centrado y musical pero resultaba un tanto unilateral por la fogosidad de su acercamiento, ahora ofrece un enfoque mucho más controlado, también más diverso en significaciones, así como un toque todavía más variado y (¡atención a la primera frase de su parte!) más rico en matices. Todo ello lo hace en perfecta sintonía con un Blomstedt que ofrece una lenta, lírica y contemplativa interpretación, dicha con exquisita depuración sonora y dotada de una elevación espiritual insólita. Esto significa, ya lo estarán ustedes imaginando, que el veterano maestro alcanza la excelsitud en el segundo movimiento, pero también que se queda algo corto de efervescencia en el tercero. En cualquier caso los resultados son extraordinarios por la belleza sonora y la poesía que logran conjugar los dos artistas, respaldados de manera inmejorable por los no menos inspirados primeros atriles de la formación berlinesa. De las trece grabaciones que tengo escuchadas y comentadas en mi bloc de notas de esta partitura, la presente es una de las dos o tres que más me gusta. En el Adagio religioso, la que más.

Resulta interesante comparar esta Primera de Brahms con la ofrecida hace tan solo unos días por la misma formación bajo la batuta de Sir Simon Rattle, porque desmiente ese dicho tan habitual entre muchos directores –pienso ahora en Barenboim y en Harding– según el cual la labor de batuta es ante todo un trabajo de coordinación entre quienes “verdaderamente hacen la música”. Pues va a ser que no. La orquesta es aquí la misma, pero la diferencia es enorme. Por lo pronto, la sonoridad de la Berliner Philharmoniker es bajo su dirección muchísimo más claramente brahmsiana: si Rattle optaba por el músculo y la opulencia made in Karajan, el norteamericano sí que consigue ese terciopelo cálido y oscuro que asociamos habitualmente con el autor.

Pero es que, además, la manera de orgánica y flexible que tiene el maestro de frasear, el planteamiento lleno de naturalidad de las tensiones y la hermosísima cantabilidad con que afronta las melodías son justamente las que esperamos en la música de Johannes Brahms, como lo es también ese lirismo tierno, sensual y un punto agridulce que sabe obtener su batuta. Eso sí, la mirada de un Blomstedt de 89 añitos de edad –ahora tiene 90– es comprensiblemente otoñal, lo que significa –como en la obra de Bartók de la primera parte– que la inspiración más sublime la alcanza en los dos movimientos intermedios, mientras que en los dos extremos se echa de menos un punto de ese nervio y de ese carácter escarpado que consiguen otros directores. Hay que destacar, en cualquier caso, la enorme nobleza y emotividad con que expone el tema principal del cuarto, por no hablar de la magia que desprende la introducción al mismo, la cual a su vez se beneficia de la excelsa intervención de la flauta de Emmanuel Pahud. Claro que, si de solistas hablamos, no podemos ignorar la sublime participación del oboe de Albrecht Mayer ni del concertino Noah Bendix-Balgley en el segundo movimiento, por no hablar del excepcional clarinete de Andreas Ottensamer en el tercero. Pero insisto: el podio es lo que termina marcando los resultados. Blomstedt sí sabe o que se trae entre manos y ofrece una recreación que quizá no sea la mejor posible, pero que es una magnífica representante de la mejor tradición brahmsiana centroeuropea. Hay que descubrirse.

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