lunes, 18 de junio de 2012

Las sinfonías por Haitink: Shostakovich clásico

SHOSTAKOVICH: Sinfonías 1-15. Seis poemas de Marina Tsvetaeva. Poesías populares judías. Söderström, Varady, Wenkel, Karczykowski, Fischer-Dieskau, Rintzler. Coro masculino de la orquesta del Concertgebouw. Coro de la Filarmónica de Londres. Orquesta del Concertgebouw. Orquesta Filarmónica de Londres. Dir: Bernard Haitink.
Decca
11 CDs 771’
ADD/DDD
Universal
****
M S


El último tercio de la década de los setenta y los dos primeros de la de los ochenta, que casualmente (o no tan casualmente) coincidieron en el tiempo con la descomposición del régimen soviético y con la publicación de las presuntas y muy discutidas memorias del compositor a cargo de Solomon Volkov, supusieron quizá el más fructífero periodo interpretativo discográficamente hablando de las sinfonías de Shostakovich. Es decir, el del apasionado “romanticismo” del último Mravinsky (Melodiya, Erato y Philips), la rebelde fuerza telúrica del Previn de aquellos días (EMI), el trágico humanismo de Sanderling (Berlin Classics y más recientemente Erato), la acidez y estridencia profundamente nihilistas de Rozhdestvenski, y los sentimientos contradictorios llevados hasta el más osado límite emocional por un Bernstein en su mejor momento (Sony y DG); por no hablar de sorprendentes logros aislados como la Décima del anciano Karajan (DG) o la Séptima del joven Jansons (EMI). Justamente por esas fechas, concretamente entre 1977 y 1984, se registró la primera integral en Occidente: ésta de Bernard Haitink, comenzada con una espléndida Filarmónica de Londres y continuada con una Orquesta del Concertgebouw que puso el listón a una altura de virtuosismo difícilmente superable.

¿Qué pudo ofrecer el maestro holandés frente a los arriba citados? Desde el punto de vista técnico, una planificación -horizontal y vertical- magistral, rigurosa y cerebral antes que espontánea, administrando las tensiones para evitar puntos muertos y dotar de continuidad y coherencia al discurso sonoro, extrayendo todas las posibilidades de una amplísima gama dinámica y obteniendo una extraordinaria claridad en el rico entramado sinfónico, a lo que por otra parte contribuye la portentosa toma de sonido realizada por Decca.
Desde el punto de vista interpretativo, Haitink aporta una óptica severa, dramática y objetiva, alejada de cualquier exhibicionismo, que se distancia tanto del lenguaje “romántico” como de la acidez expresionista de otros directores para optar por un enfoque más abstracto y distanciado, lo que no quiere decir en absoluto frío y menos aún superficial.

Y es que el maestro se sitúa en un punto intermedio entre los valores digamos “puramente musicales” y el carácter ineludiblemente sombrío y pesimista de la mayoría de estas obras; acierta así en la creación de las atmósferas siniestras, desoladas y profundamente tristes de sinfonías como la Octava, la Decimotercera, la Decimocuarta e incluso la Quinta, cuyo final le suena rotundo y poderoso pero más opresivo que triunfalista, y da en la diana con la misma facilidad que lo hace en la narrativa épica de obras como la Segunda, la Undécima o la Duodécima, siendo capaz de no cargar las tintas en los excesos retóricos de esta música -que los tiene- sin renunciar por ello a la brillantez. Todas estas lecturas marcan la cima interpretativa de su ciclo, muy especialmente la de una Octava de verdadera referencia.

El problema, y de ahí que no hayamos colocado la “R” en la calificación, es que el siempre bien educado, serio y cerebral Haitink a veces se queda corto en los momentos en los que la partitura pide a gritos un posicionamiento más radical desde el punto de vista sonoro y expresivo, y un director que abandone la objetividad para dedicarse a explorar “significados ocultos”. Es lo que ocurre en sinfonías especialmente herméticas como la Cuarta o la Decimoquinta, que le quedan al holandés algo planas y superficiales. Pero tal insuficiencia se evidencia ante todo en los momentos en los que Shostakovich se pone en plan gamberro y necesita una buena dosis ya sea de desparpajo y atrevimiento sonoro, como en la ruidosa y juvenil Tercera, o bien de concentradísimo humor negro, socarronería y mala leche, como en determinados movimientos la Primera, la Sexta o -sobre todo- la Novena, lecturas que la batuta no consigue redondear a pesar de contar con momentos sobresalientes. No hay tales altibajos en la Séptima ni en la Décima, muy sólidas versiones que no llegan a lo excepcional.

En todo caso, y salvando las irregularidades apuntadas, Haitink alcanza un admirable punto de equilibrio y síntesis entre el pasado y el presente, entre lo intelectual y lo emocional, entre la tradición rusa y el mundo occidental, entre el compositor oficial del régimen y el artista políticamente comprometido, entre el testimonio histórico y la confesión personal. ¿Un Shostakovich clásico? Pues algo así, lo que también quiere decir intemporal y de plena vigencia.

Esta integral, que añade como extras las Poesías populares judías y los acongojantes Seis poemas de Marina Tsvetaeva, es por tanto el polo opuesto y la compañera ideal de la dirigida por los mismos años con significativa acidez, irresistible tensión interna y demoledora fuerza expresiva por Rozhdestvenski (Melodiya, no muy bien tocada ni grabada), y en cierto modo un paso adelante que anuncia la profunda y conmovedora de Rostropovich (Teldec), tan “clásica” y “de síntesis” como la de Haitink pero menos cerebral y más humana. El abundante Shostakovich discográfico que ha venido después, excepción hecha quizá de la más modesta pero en conjunto apreciable integral de Barshai (Brilliant Classics, baratísima y dotada de una espléndida toma sonora), no ha logrado aún alcanzar el nivel de los maestros citados.
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Artículo publicado en el número de junio de 2006 de la revista Ritmo.

PS. Como ya expliqué por aquí (enlace), la Cuarta que grabó Haitink con la Sinfónica de Chicago en 2008 no ha superado en absoluto los resultados de esta integral. Lástima.

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