jueves, 10 de noviembre de 2011

El Pelléas de Wilson y Cambreling en Madrid

No dispongo del tiempo que quisiera, así que voy al grano. Me ha encantado la propuesta de Robert Wilson para Pelléas et Mélisande, y no solo por su extraordinaria belleza visual (¡qué iluminación!), sino también por la manera de jugar con los mínimos elementos escenográficos -de lo más efectivo el bosque al principio de la obra- y por las múltiples sugerencias establecidas en perfecta sincronía con la música, que no estableciendo un discurso dramático paralelo. Por descontado que en otro título operístico un planteamiento tan conceptual, ambiguo y estilizado no convencería del mismo modo, y probablemente a mí me irritaría, pero en el universo onírico propuesto por Debussy a partir de Maeterlinck funciona de maravilla. El hecho de que -según las malas lenguas- el señor Wilson sea un perfecto engreído en el terreno personal importa poco en lo que aquí nos ocupa.

Pelleas Melisande Wilson Madrid

La dirección musical de Sylvain Cambreling estuvo en la misma línea, adoptando una lentitud que encajaba con los movimientos de los personajes y una esencialidad tan depurada como la de la escena, al tiempo que ofrecía momentos de una depuración sonora fascinante. Personalmente eché de menos mayor variedad expresiva (y también, por qué no decirlo, una mayor dosis de “inflamación amorosa”), pero no negaré la coherencia de la propuesta. La orquesta respondió muy bien a semejante planteamiento, aunque no quiero olvidar la excelente lectura que realizó en 2002 en el mismo teatro bajo la batuta de Armin Jordan.

Es precisamente en el elenco vocal donde este Pelléas preparado por Mortier no ha estado a la altura del de entonces, sobre todo porque el solo correcto Yann Beuron -necesita un canto más mórbido y matizado- no puede competir con el excelente Simon Keenlyside de aquella ocasión. Camilla Tilling, de voz pequeña pero maravillosamente timbrada, ofreció el pasado viernes 4 de noviembre una línea exquisita, inmaculada, de enorme belleza, y un distanciamiento expresivo que cuadra bien tanto con el personaje como con el planteamiento de los directores de esta producción; María Bayo, no tan excepcional desde el punto de vista técnico, me emocionó más sin que perdiera por ello idoneidad estilística.

Creo recordar que Jean-Philippe Lafont estuvo en 2002 muy bien, quizá mejor que un en cualquier caso muy adecuado Laurent Nauri -el marido de la Dessay- en estas nuevas funciones madrileñas. Ha repetido Franz-Josef Selig como Arkel, menos bien de voz que la otra vez pero cálido y emocionante a más no poder. Correcto el Yniold del niño Seraphin Kellner y discreta la Geneviève de Hillary Summers.

Muy en resumen: fascinante producción escénica y buena versión musical para una obra maestra que más gana cuanto más se la escucha. Que el público del Teatro Real aplaudiera sin especial entusiasmo me deja algo preocupado.

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